Opinión

Pedro, el socialdemócrata

Siguiendo la corriente y el rastro de la locomotora alemana, Sánchez se mimetiza ahora con la socialdemocracia 
Sánchez y Scholz en Moncloa el pasado lunes. EFE
photo_camera Sánchez y Scholz en Moncloa el pasado lunes. EFE

Para convertirse en socialdemócrata hay que ser primero demócrata, y Olaf Scholz cumple el requisito. Fue ministro de Merkel en la gran coalición de la derecha y la izquierda alemanas. Y ahora es canciller bajo pacto tripartito del SPD, liberales y verdes (bajo sospecha judicial). En Alemania, Scholz descartó pactar con comunistas e independentistas, militantes del espíritu antisistema condenado en España e indultado por Sánchez. Aquí, Olaf Sánchez gobierna precisamente con los extremos, además de incorporar en esa ecuación de radicalidad a los herederos políticos de Eta, que exigen la excarcelación de sus presos manchados de sangre. Es ahí donde la foto de Sánchez y Scholz no resiste la comparación con la cuadriculada responsabilidad germana, por mucho que el demócrata español pretenda pasar por socialdemócrata de toda la vida.

Pedro Scholz, el socialdemócrata, ha emprendido esa mudanza ideológica con la que concurrir a las próximas elecciones generales para borrar el rastro de una gobernabilidad construida con muy malas compañías desde una moción de censura legal pero desfigurada por carencia de ética. El propio PSOE le echó por eso en aquel tormentoso Comité Federal preventivo que no sirvió de nada porque, fiel a su historia, el socialismo obrero español de tanto apego al poder traicionó después su tradición de instinto constitucionalista y responsabilidad democrática. Descansen en paz Rubalcaba, el felipismo y las baronías del socialismo cabal y sensato que gobiernan con la incomodidad de la incoherencia contradictoria de ese apaño político. Pedro Sánchez, el nuevo socialdemócrata español, tiende a distorsionar la verdad con la simpleza del juego estudiantil que le enseñaron en sus tiempos mozos del Magariños. Y así, olvida a menudo la realidad a medida que él mismo se ha fabricado para acomodarse al asiento del Falcon. Por eso es capaz de proyectarse como socialdemócrata germano, demócrata estadounidense o bélico pacifista, sin darse cuenta de que Alemania y EE.UU. son países serios donde prevalecen los intereses nacionales y occidentales sobre el atajo partidista y la apariencia política. Sánchez se arrastró para hacerse aquella humillante foto con Biden del mismo modo que la ilógica de la ensoñación alineó a Obama y Zapatero en la sideral torpeza universal del mundo Pajín. Ahora Sánchez se olvida del "No a la guerra" para mandar tropas al Este porque está en el camuflaje socialdemócrata al rebufo oportunista de la locomotora alemana.

Sin embargo, Scholz el verdadero ya le dejó claro a su imitador español que son muchas las diferencias, empezando por el rigor fiscal y la transparencia en el reparto de los fondos europeos. O sea, que el socialdemócrata monclovita de nuevo cuño debe aplicarse en el control de la deuda y el déficit para que sigamos recibiendo esos fondos repartidos en España con tanto oscurantismo. Basta solo un dato que explica a la perfección la pequeña gran desigualdad entre la socialdemocracia alemana y la española. Mientras Alemania, que nos dobla en población, ha construido un tripartito con 16 ministerios, la España sanchista Frankenstein en la que cohabitan comunistas, separatistas y proetarras se ha procurado un Gobierno de 22 ministerios.

La socialdemocracia representa la corriente moderada del socialismo, consciente de que la democracia parlamentaria suple las ansias de revolución que inspira la acción política de izquierdas. Por eso la transformación de Sánchez en socialdemócrata resulta poco convincente, porque ha dado sobradas pruebas de permisividad revolucionaria refundacional del sistema forzado por la necesidad personal y porque realmente se siente cómodo en su disfraz extremo de mimetismo ideológico.

Si además tenemos en cuenta que nuestra Constitución consagra el sistema de monarquía parlamentaria, resulta turbador el consentimiento de ataques reiterados a la Corona, así como al estado de derecho y la separación de poderes absolutamente injustificables en una democracia (social) europea.

El estado de bienestar predominante en el mundo occidental actual, salvo en las dictaduras comunistas y autocracias como la rusa, convive con la idea de la justicia social y la igualdad dentro de un modelo capitalista. Y eso es incompatible con la práctica política de los socios de Sánchez, más partidarios de la filosofía de la macrogranja, el pacifismo pancartero y el reparto intervencionista que socializa la pobreza. Para que el socialismo haga su transición verdadera a la socialdemocracia no bastan los amaños de Tezanos, la vocación europeísta, empotrarnos en la Otan contra Rusia ni el empeño reformista coincidente con el centro derecha.

También es necesario asumir parte de la doctrina liberal, como ha hecho Scholz en Alemania, y tener claro que el concepto de libertad individual y colectiva debe prevalecer sobre el hábito socialcomunista de imponer a las sociedades cómo tienen que pensar, comprar, comer, educarse o, incluso, votar. Pedro Scholz el socialdemócrata, también conocido en el ala oeste de Moncloa como Olaf Sánchez, tiene que practicar más la política de la moderación y la verdad si quiere que resulte creíble su nuevo ropaje; su máscara, su careta, su antifaz.

Llueve sobre mojado

Moncloa ha perpetrado esta semana un nuevo ataque a la libertad de prensa, y aunque después ha intentado arreglarlo, llueve sobre mojado. Esta vez convocó solo a los medios afines a un briefing sobre fondos europeos y excluyó a los críticos. Al día siguiente, y pese al toque de atención al respecto por parte de Scholz a Sánchez, el periódico dependiente de la mañana titulaba en portada: «Bruselas desoye al PP y avala el reparto de los fondos europeos» (versión oficial de la reunión de Moncloa). Esta inclinación autoritaria del poder a validar su pensamiento único y a repartir y convocar carnets de prensa dóciles tiene un nombre más propio de regímenes totalitarios que de democracias: control de la verdad y la libertad. Lo más grave es que esto no es la primera vez que sucede con este Gobierno de coalición que vino a regenerar la política y a ejercer la transparencia. Sin embargo, los hechos demuestran que ni una cosa ni la otra, sino más bien todo lo contrario. Porque muy transparente no será el reparto de fondos si se veta a El Mundo, Cope, ABC, Onda Cero y otros medios que no compran un reparto supervisado por una agencia independiente.

Parche sobre parche

A regañadientes, sin acato vinculante y con modos destemplados. Así ha reaccionado el Gobierno al informe del CGPJ que ha tumbado por ahora la ley de Vivienda, uno de los proyectos estrella de la coalición. A la espera de un nuevo informe del Poder Judicial, Moncloa tiró de imaginación y compensación al aprobar en Consejo de Ministros un bono joven para alquileres que deja fuera a los inquilinos de las grandes ciudades. De dicho bono solo se benefician jóvenes arrendados en un 1,4 por ciento de los pisos de Madrid y un 0,95 en Barcelona, donde su alcaldesa pro-okupa ha sido imputada y no dimite. A esta ayuda de 250 euros para alquiler pueden acceder únicamente inquilinos de entre 18 y 35 años que acrediten rentas inferiores anuales de 24.300 euros. Es decir, nuevo mínimo vital siempre y cuando los alquileres no superen los 600 euros ampliables a 900 en función de la comunidad autónoma. Otra muestra de la cogobernanza universal. Y que siga la fiesta del márketing y la propaganda, porque mientras Sánchez sube los impuestos, la Alemania de Scholz ha anunciado una rebaja fiscal de 30.000 millones. Parche sobre parche, la coalición rehúye la realidad.