Opinión

Pegasus: espía como puedas

Guion novelado de otra película de espionaje. Coproducción sin final de secretos oficiales, chantajes y cesiones
La diputada de EH Bildu Mertxe Aizpurua, durante el pleno en que se votó el decreto anticrisis. EFE
photo_camera La diputada de EH Bildu Mertxe Aizpurua, durante el pleno en que se votó el decreto anticrisis. EFE

La diferencia entre la literatura, el cine y la realidad apenas es detectable en la disciplina del espionaje. Las novelas de espías son tan viejas como Mata Hari y tan interesantes como los argumentos de John Le Carré, Graham Greene, Joseph Conrad o Ian Fleming.

Actualmente ni los espías surgen del frío, ni hay hombre invisible en La Habana, ni los agentes son secretos, ni 007 (Bond, James Bond) es un gorrión rojo que vuela bajo los radares del anonimato a la hora del té. Ahora el espionaje es menos romántico y sutil, es más de chapuza a lo Mortadelo y Filemón, tal y como demuestran los hechos recientes. Hay un evidente salto cualitativo y cuantitativo entre el presunto espionaje a Ayuso supuestamente promovido por el fuego amigo y el admitido espionaje Pegasus al independentismo golpista condenado por el Supremo e indultado por el Santo del bello Roger Moore.

En ambos casos estamos ante la ambición del secreto ajeno para perjudicar, proteger o favorecer personas, partidos políticos o Estados, se sospecha que sin claridad legal de un permiso judicial. Pero, sobre todo, el arte del espía siempre ha existido, como el mal y como el bien, en la antología histórica de la humanidad y de los pueblos. España no tuvo bastante con Anacleto, agente secreto, desde Fernando Paesa y sus tribulaciones de las mil caras con Luis Roldán al coronel Perote y las escuchas del Cesid, precedente del actual CNI.

Los servicios secretos forman parte del engranaje del sistema con el que cuentan todas las naciones del mundo por razones de seguridad. Cuando eso se utiliza de forma ilegal, coartando las libertades individuales y colectivas, se incurre en el abuso de poder propicio para soborno, chantaje y filtraciones interesadas con las que presionar al rival, al enemigo e incluso al amigo o amiga del alma.

El cine siempre ha sido una prolongación guionizada de la imaginación de los padres de la literatura de espionaje. Ser un espía para prevenir el ataque terrorista es útil para la seguridad de un país, aunque con Eta, el 11-S o el 11-M todo se enreda en asesinatos sin resolver, autorías intelectuales difusas y amenazas a la seguridad y el bienestar común. Pero lo de Pegasus viene a ser un guion entre el drama y la comedia a la altura de aquellas parodias de Leslie Nielsen tras pasarse de las catástrofes aéreas al espionaje cinematográfico.

No es de extrañar que la complacencia con la que el Gobierno ha asumido el espionaje a sus socios haya cabreado y mucho al Centro Nacional de Inteligencia, porque eso pone a los pies de los caballos a nuestros servicios secretos que, por cierto, ni detectaron las urnas del referéndum ilegal ni la fuga de Puigdemont en Cataluña. Pero que los socios rupturistas y gopistas de la unidad territorial de España escenifiquen su victimismo habitual habiendo puesto en peligro el orden constitucional como establece la sentencia condenatoria del Supremo obedece a una estrategia política puntual para resucitar su causa a costa de la necesidad que Sánchez tiene de sus votos parlamentarios. Y sobre todo, que el Gobierno ceda implicando a la presidenta del Congreso, obligada a una mínima y decorosa neutralidad, para que Bildu y ERC accedan a la comisión de secretos oficiales deja en evidencia la fragilidad de Sánchez para acabar la legislatura.

A ojos de la mayoría, eso se llama ceder al chantaje a cambio de apoyo sin pensar en el interés general ni en el conjunto del Estado español. Pegasus no es ciencia ficción, sino la consecuencia lógica de los tiempos digitales y tecnológicos en manos irresponsables e inadecuadas. El uso del espionaje ya no sólo perjudica al espiado y beneficia al que espía, sino que pone en cuestión las garantías del Estado de derecho, lo cual lesiona la calidad democrática. El PSOE tiene una rara habilidad para cargar a los demás sus propias vergüenzas, ya no sólo en asuntos de espionaje, sino también en materia de corrupción y otras disciplinas del comportamiento político reprochable.

Todo un vicepresidente socialista como Narcís Serra tuvo que dimitir en el felipismo de Filesa por las escuchas a personalidades de todo tipo, incluido el rey Juan Carlos I. Con Serra dimitió también el ministro de Defensa, Julián García Vargas, de ahí el cerco que ejercen los socios de Sánchez a Margarita Robles, a la que tienen en el punto de mira tras el envío de armas a Ucrania. Por tanto, la realidad es cíclica y la historia se repite a falta de que los tribunales investiguen Pegasus y establezcan conclusiones.

De momento, en la antesala de las elecciones andaluzas Sánchez ha ganado la trascendental votación en el Congreso sobre las medidas anticrisis sin atender el documento sobre rebaja fiscal de Feijóo y entregándose a los herederos de Eta. El sanchismo va tapando vías de agua en el casco del barco con la intención de agotar la legislatura, pero a día de hoy nadie puede garantizar que logre llegar a finales de 2023 porque sus socios o amistades peligrosas apretarán hasta dejarle caer cuando le hayan exprimido todo el zumo de las cesiones.

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