Opinión

El síndrome de la política

Tratamiento preventivo contra la enfermedad del presente. Rechazo al padecimiento crónico del abuso social
El ministro de Inclusión José Luis Escrivá, el ministro del Interior Fernando Grande Marlaska y la ministra de Justicia Pilar Llop. FERNANDO ALVARADO (Efe)
photo_camera El ministro de Inclusión José Luis Escrivá, el ministro del Interior Fernando Grande Marlaska y la ministra de Justicia Pilar Llop. FERNANDO ALVARADO (Efe)

EL SÍNDROME genovés es una patología que aqueja de vez en cuando al PP en los momentos más críticos de su cuadro político. También existe el síndrome monclovita, pero el sanchismo ha encontrado un antídoto que consiste en ausencia de complejos y falta de escrúpulos como compuesto farmacéutico propagandístico que permite la negación de la realidad incluso usando la mentira. Da la impresión de que al síndrome genovés le cuesta más infringir ciertos códigos éticos en lo trascendental, si bien en algunos asuntos se columpia la credibilidad popular ascendente con meteduras de pata propias del peligro de la política y del hacer de sus rivales.

Las afecciones se quedan en sarpullidos puntuales de fragor mitinero tipo predicadora evangélica o ligereza a la hora de medir la repercusión internacional de la denuncia de ciertas inclinaciones de autocracia bolivariana del sanchismo sin prevenir el uso que de ello hará Sánchez en ejercicio de autodefensa. Pero podemos convenir que en periodo de tramos electorales pantanosos las arenas movedizas acechan por igual tanto al síndrome monclovita como al síndrome genovés. Por tanto, el poder gobernante y el poder aspirante a la alternancia han de medir bien actos, hechos y palabras para preservar la integridad del crédito electoral.

El síndrome genovés llevó al PP de Rajoy en 2012 a promover al hoy ministro socialista Grande Marlaska como vocal del Consejo General del Poder Judicial. Once años después, el juez Marlaska se ha convertido en un objetivo motivado del PP por el hooliganismo que demuestra este magistrado de puertas giratorias al frente de un ministerio estrella como el de Interior. Cuando el jefe tiene tan poco apego a la verdad, los subordinados adquieren un plus de temerario derecho inmunitario para campar a sus anchas en el charco embarrado de la mentira política.

Marlaska es capaz de negar los vídeos reality del salto mortal de la valla de Melilla en sede parlamentaria o se sembrar dudas sobre el uso de los fondos reservados sin que le cueste el puesto. Grande Marlaska se atreve a una performance de indignidad con el cese de la directora de la Guardia Civil culpando al PP del caso Mediador/ Cuarteles al colocar a generales detrás de María Gámez a sabiendas de que hay conexiones directas con la corrupción de los Ere socialistas y continuidad de contratos durante su etapa ministerial.

Pequeño Marlaska es capaz de ‘sostenella’ y no ‘enmendalla’ cuando como juez y como ministro es desautorizado por el Supremo al anular el cese «por falta de confianza» del coronel Pérez de los Cobos, un servidor de la Benemérita cuyo mayor delito es respetar la legalidad y defender la integridad de España durante aquellos meses de desafío ilegal separatista que el propio Rey tuvo que revertir con un discurso en el que instó a reponer el orden constitucional ante la declaración unilateral de independencia.

El síndrome monclovita no debe mutar en abuso de poder consagrado al logro de la colonización institucional, la ingeniería social desmedida, el desprecio al consenso del acuerdo, la afición a gobernar por decreto y mando y la irresponsable co-gobernanza con malas compañías instaladas en la radicalidad comunista y el incumplimiento sistemático de sentencias judiciales al tiempo que la labor legislativa del sanchismo favorece a presos etarras y golpistas sediciosos indultados previamente.

El show de Ponsatí queda en la larga lista de agravios y en el haber de déficit democrático promovido en este tiempo político con la derogación de la sedición y la rebaja de la malversación. Sin entrar en consideraciones morales como la gestación subrogada de Ana Obregón o las consecuencias de la ley del solo si es si, el síndrome monclovita mantiene a Sánchez atrapado en una ensoñación de estadista sideral y en una deriva de dependencia política surrealista sabedor de que antes, ahora y en el futuro necesita esos votos desleales con España.

El síndrome de la política, una especie de padecimiento crónico del miedo a perder y la ambición de ganar, mantiene a los dos grandes partidos cautivos en la espasticidad rígida de sus virtudes, que alguna tendrá el bipartidismo que desde 1977 gobierna España en sana alternancia. Sólo con la llegada de Sánchez se ha roto esa regla no escrita pactando con formaciones instaladas en el rupturismo cuyo principal afán consiste en rentabilizar los beneficios de la noble democracia a costa de las mayorías verdaderas y del chantaje impositivo permanente de las minorías. Si, cierto, eso también es democracia, pero sustentada en la deslealtad, el odio y un ausente código de honestidad constitucional.

España no puede someterse al síndrome fake de la política que desprecia el bien común y el interés general, al bulo de un falso relato, a la mentira emotiva de conveniencia partidista. La sociedad hace tiempo que está muy harta por la subida indiscriminada de impuestos, por la inflación y por el aprovechamiento que se hace de un poder que actúa sin escrúpulos.

El confeti de Ponsatí

Apareció con juegos florales de confeti. Clara Ponsatí montó un espectáculo pactado consistente en viajar de Bruselas a Barcelona y regreso a la capital comunitaria despreciando la autoridad del juez Llarena y beneficiándose de la derogación del delito de sedición, medida de gracia concedida por Sánchez a sus socios independentistas después de indultarles. El viaje de Ponsatí fue acompañado de una rueda de prensa del también huido Puigdemont debidamente difundida por el aparato mediático del sanchismo en una aparente operación para resucitar electoralmente a los socios preferentes del sanchismo. No olvidemos que el desafío ilegal separatista formó parte del preparativo previo de alianzas de cara a la moción de censura sustentada en una sentencia por corrupción debidamente redactada por ponentes afines que después se demostró desmedida y fue rectificada. Se adivina en este periodo electoral la misma estrategia que en caso de alternancia tras las generales de finales de año heredaría el PP de Feijóo. Las encuestas más objetivas se ajustan si bien no llegan a la ensoñación del CIS socialista. Sánchez no aspira a ganar, sino a sumar para gobernar.

La plaza de Valencia

Ximo Puig se ha convertido en el principal objetivo del Partido Popular en las próximas elecciones municipales y autonómicas del próximo 28 de mayo. Que los populares arrebaten una plaza emblemática como la de la Comunidad Valenciana sería un triunfo relevante y el titular que necesita Núñez Feijóo en su camino hacia la Moncloa, además de la mayoría absoluta de Ayuso en Madrid. El Partido Popular ha movido ficha solicitando una comisión de investigación en el Congreso sobre la financiación del PSOE en Valencia. Tras el escándalo de la menor tutelada, el marido de Oltra y su dimisión forzada, Puig ignora sistemáticamente la investigación judicial y policial sobre los casos Azud y Acuamed que afectan a su partido. Por eso y porque el PSOE y sus socios promueven la cuarta comisión de investigación parlamentaria sobre Kitchen en periodo electoral es por lo que el Partido Popular ha tomado esta iniciativa con pocas posibilidades de prosperar dada la aritmética parlamentaria. A todo ello se suma Canarias con el caso Tito Barni y las derivadas de los Ere andaluces que presuntamente tocan a la dimitida directora de la Guardia Civil.

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