Opinión

De caballero a chico

O YO estoy loco o lo están los demás. Ou ámbalas dúas cousas, que es lo más probable, pues no son excluyentes, más bien complementarias. Es que pasan cosas muy raras. Pasan en general y a mí en particular, siendo esto lo que me ocupa y preocupa. Como si el mundo se hubiese vuelto extraño, muy distinto al que uno vivió durante ya no pocos (o sea, bastantes) años. Lo que antes era normal, ahora es raro o inexistente. Y lo que se tenía por anormal, en la actualidad no sólo es corriente, sino con frecuencia guay. Los ejemplos de este desconcierto abundan, pero no me voy a meter en precisiones, en parte por innecesario y en parte por prudencia. Una recomendable prudencia para quien no entiende casi nada de lo que sucede, y más necesaria aun cuando entiendo lo poco que entiendo, valga el galimatías. Y aunque acabo de decir que no iba a citar ejemplos concretos, me centraré en uno que puede parecer baladí, pero que me deja perplejo.

Hubo un tiempo en que yo era un caballero o, cuando menos, un señor. Incluso en la juventud, por supuesto en la madurez. Y así me lo reconocían (de boca para fuera, por lo menos) aquellos profesionales con la que ocasionalmente me topaba en un bar o en un restaurante. Como esto de profesionales puede llevar a equívocos, aclaro que me refiero a los camareros (y camareras, faltaría más). ¿Desea algo el señor? Aquella mesa está libre, caballero. Estas y otras parecidas eran las frases habituales con las que se me trataba cuando iba a tomar algo en algún local. Un tratamiento por supuesto estereotipado y vacío de contenido real, pero al que uno se fue acostumbrando como fórmula de cortesía.

Mas hete aquí que los años pasan, ay, y fui llegando inexorablemente a una respetable (por no decir venerable) edad. Lo de decir viejo ya ni se me ocurre, porque la palabra es poco menos que insultante, nadie es viejo y no voy a ser yo el único, solo jodería, ni a tirar piedras contra mi propio tejado. Y ya con una cierta edad, dejémoslo así, me encuentro con que, por una evolución o involución inversa a la esperada, en varios de esos locales en los que antes era un caballero o señor, ahora soy un chico. ¿Qué tal la comida, chicos? Hola, chico, ¿qué quieres tomar? Tal es el tratamiento que me adjudican los chicos o chicas que me atienden, a decir verdad casi siempre con amable disposición. Chicos todos, ellos y yo: ellos, porque les corresponde por juventud; yo, que al menos los duplico en años, porque… ¿por qué? Yo solo soy chico en el sentido de que no soy una chica, o eso creo. Por lo demás, ya quisiera.

Pues ahí lo tienen. Cuando por edad era casi un chico, de caballero se me trataba. Pero mucho tiempo después, chico me llaman. ¡Qué cosas!

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