Opinión

A degüello

EN LAS NOVELAS del Corsario Negro y en las de Sandokán, de Emilio Salgari, o en las películas de piratas de Errol Flynn, esa orden, «¡a degüello!», gritada en los momentos del abordaje, daba emoción a las ya siempre emocionantes historias que uno devoraba en la infancia y adolescencia. En ese contexto, la frase no era dramática, sino un aderezo de la aventurera trama que alcanzaba así uno de sus momentos más dinámicos.

Y sin embargo ahora me ha venido a la cabeza por algo bien distinto, que nada tiene de heroico y todo de trágico. Los asesinatos de mujeres por sus parejas o exparejas se han disparado, con el horrible agravante de que en varios casos los hijos, aún niños, entran en el lote de la saña homicida. ¡A degüello! También esa parece ser la consigna de los asesinos. Que, salvo alguna excepción, no son psicópatas, sino ‘psicoputas’. ¿Qué está pasando para esta macabra floración?

En primer lugar hay que constatar el lamentable, pero previsible, fracaso de las campañas de prevención y las concentraciones de repulsa contra esa lacra, tan bien intencionadas como inútiles y superfluas. Lo que menos le importa a alguien capaz de asesinar a mujeres y niños es toda esa parafernalia buenista. Sabe de sobra que lo que hace no se debe hacer, que es una cabronada y la peor de maldades, pero lo hace porque es un cabrón y un malvado. Y, por otra parte, sin necesidad de pancartas, se sobrentiende que todos sentimos náuseas ante el crimen. Pero esto es secundario.

¿Qué está pasando? Voy a dar una respuesta personal, que no viene avalada, obviamente, por ninguna especial preparación en el asunto. Por un lado, puede que antes pasase lo mismo y se airease menos, aunque es difícil no airear crímenes de tal calibre; pero esa ocultación sí que era totalmente válida para el maltrato doméstico. Sin duda una causa es la liberación de la mujer, el haberse hecho dueña de sí misma y de su sexualidad, algo que ciertos hombres no pueden tolerar y, llevados por los celos y la ira, reaccionan así, a degüello: la maté porque era mía. Otra causa más difusa sería la incapacidad del hombre para gestionar la avalancha de estímulos-frustraciones que lo bombardean continuamente en esta nueva época, la época de internet. Los valores de siempre se han perdido y no hay otros que permitan adaptarse a la superestimulación contemporánea, lo que provoca un desquiciamiento a veces total, pero siempre responsable moral y penalmente. Y, para terminar, un signo de los tiempos, muy visible en la niñez y adolescencia, es la incapacidad para soportar un «no», ante el que se reacciona violentamente. Y un «no» rotundo y pleno de dignidad es el que habían dado la mayoría de las víctimas a los asesinos que tenían por pareja.

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