Opinión

40 años han dado para mucho

EL 6 de diciembre celebramos 40 años de restauración de la democracia mediante la aprobación de la Constitución, una herramienta a la que debemos rendir culto por los grandes servicios prestados. Nació en circunstancias ciertamente complejas y con ella nuestros padres y abuelos nos dejaron como herencia la reconciliación. Requirió de diálogo, confrontación de ideas, objetivos que debían volverse unánimes para llegar a la máxima norma de convivencia por la que se rigen los derechos, obligaciones y libertades de todos los españoles.

Con su aprobación España metió el turbo y aceleró y ha evolucionado tanto que, en algunos aspectos, incluso ha superado a sus vecinos europeos. Hemos cambiado mucho, la población ha crecido en diez millones, la esperanza de vida ha subido diez años y el PIB per cápita se ha multiplicado por trece.  Los jóvenes de melenas, barbas, trencas y pantalones acampanados, se han rapado, tatuado, puesto piercings y sobre todo se han vuelto muy consumistas, y a los adolescentes ahora los educa más internet que sus familias y colegios, que parecen ya no tener autoridad para hacerlo, y los que intentan labrarse un futuro se enfrentan a la escasez de vivienda y a trabajos escasamente remunerados.

Un balance más sosegado nos da sin embargo un resultado positivo que debemos saber transmitir a las nuevas generaciones, porque nos ha traído las mayores cotas de libertad e igualdad, y el periodo más largo de convivencia pacífica de la historia. Sin embargo, este aniversario se celebra en un momento en el que la ciudadanía presenta una preocupante desafección hacia la política y una progresiva desconfianza hacia las instituciones, que alcanza también a la Carta Magna. Según el CIS, sólo un 15,8% de ciudadanos la han leído entera, un 35,1% algún artículo, el 48,9% ni la ha ojeado y tan sólo el 36,4% acierta sobre el año de aprobación. 

De esta situación podemos deducir que lo que ha fallado para que algunos quieran echar por tierra los logros y el consenso constitucional, es que ha faltado la pedagogía con los más jóvenes para saber explicarles los cambios y el progreso que ha traído, desconocidos antes en la historia de nuestro país. 

La Constitución es una herramienta, un contrato social que ordena una comunidad estableciendo quién puede ejercer el poder, en qué condiciones, cómo se hacen las leyes y cuáles son los derechos. Como todo contrato, resulta más difícil reformarlo que aprobarlo, y a pesar de que nuestro texto constitucional podría necesitar alguna puesta al día, las circunstancias políticas actuales no facilitan el desarrollo de una reforma. Pero si hace cuarenta años se logró definir un proyecto de convivencia viable, nada hace pensar que no podamos hacerlo de nuevo, tal y como han hecho ya la mayor parte de las constituciones de los grandes países de Europa y América. 

Quienes quieran erigirse en defensores del pacto constitucional harían bien en impulsar una reforma que permita que la Carta Magna refleje el sentir colectivo de una sociedad, para lo que será necesario escuchar con atención el clamor ciudadano, para proporcionar respuestas constructivas a los múltiples problemas que aquejan al país. De lo contrario, corremos el riesgo de dejar languidecerla entre el inmovilismo y la irrelevancia.

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