Opinión

Abel, persona y personaje

NO HACE FALTA presentarlo, Abel Caballero ha ido forjando en los últimos tiempos su propio personaje. Sus 73 años de vida suman doctorados, máster, un ministerio y una candidatura a la Presidencia de la Xunta por el PSOE; todo esto, como se puede imaginar, dista mucho de ser esa especie de ‘paleto de pueblo’ que a veces puede parecer. Es una imagen creada, muy pensada y… ¡puro márketing!

En los noventa era un político tecnócrata, tan inteligente como carente de carisma, que ahuyentaba a las masas con su discurso aburrido y algo prepotente. Economista doctorado en Cambridge, aprendió el manual del localismo de Paco Vázquez se ha reinventado y hoy es el alcalde de Vigo y tras ya doce años de mandato tiene tasas de voto declarado superiores al 70%.

Aunque esto le ha llevado a convertirse en un espectáculo en sí mismo, que a tenor de su trayectoria más inmediata el personaje parece haber devorado ya a su creador. Lo mismo le da tocar el tambor en un concierto de folclore que presidir cualquier inauguración, asistir a las actividades deportivas amateurs o encabezar manifestaciones en defensa de los presuntos intereses de la ciudad. No hay concierto de verano en el auditorio del parque de Castrelos en lo que no se suba al escenario para arengar al público y terminar su discurso con aquello de «os quiero, os quiero y os quiero». Con motivo de la inauguración de las luces de Navidad, llegaba a aventurar un par de semanas antes un arriesgado parte meteorológico: "No va a llover, ya decreté que no llueva". Su última ocurrencia —provocación diría—, comparar las luces de su ciudad con la importancia del Camino de Santiago.

Caballero es uno de esos seres de ficción que con sus actos ilustra el argumento de una historia plagada de simplezas y manipulaciones que busca en beneficio propio satisfacer un ego, más que el bien común de sus vecinos. Esta actitud encuentra su definición en la expresión griega ‘hibris’ o ‘hybris’, que puede traducirse como ‘desmesura’ y que en la actualidad alude al orgullo o confianza exagerada en uno mismo, especialmente cuando se ostenta poder. De aquí surge la patología denominada ‘Síndrome de Hubris’ que empezó a usarse para definir un trastorno de la personalidad que se observaba entre personas que tienen poder, o son narcisistas y que se creen siempre en posesión de la razón. Todo esto le lleva a tomar decisiones erróneas porque pierden la perspectiva de la realidad y solo ven lo que quiere ver. Sin embargo, el tratamiento es bien sencillo, darse baños de realidad y tener una perspectiva más global.

Lo que el alcalde estrella también debería saber es que uno puede esforzarse en parecer algo admirable, pero si no lo es realmente, nadie querrá quedarse a su lado cuando se quite o le quiten la máscara, porque ese envoltorio al final siempre desaparece. Al engordar al personaje, por muy útil que pueda parecer, se adelgaza a la persona que realmente se es, y mientras se esfuerza en obtener y disfrutar de las ‘satisfacciones’ que consigue de la mano del personaje, se encuentra que quienes le rodean no le conocen, y no disfrutan de su esencia, sino del aroma de su alter ego, que es a quien realmente conocen.

Abel, la vida no merece vivirse tras los ojos de una careta, pues en ella no podrás sentir la brisa o el calor del sol de tu amado Vigo. La coherencia empieza por desprenderse de las incoherencias.

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