Opinión

Pardines: cuando ETA empezó a matar

LLEGA A mis manos, desde la Fundación Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo, “Pardines: cuando ETA empezó a matar” (Editorial Tecnos, 2018), obra muy recomendable para conocer las circunstancias que rodearon los inicios de ETA. Prologado por Fernando Aramburu, y coordinado por Florencio Domínguez y Gaizka Fernández, recoge textos de juristas, periodistas, politólogos e  historiadores que buscan “rescatar del olvido” al agente de la Guardia Civil, José Antonio Pardines Arcay, primer asesinado por ETA el 7 de junio de 1968.

Este libro destaca por la minuciosidad con la que trata de arrojar luz sobre todo lo que rodeo a ese crimen y sus consecuencias. Es muy acertada su publicación casi 50 años después, justo cuando la banda aparenta querer asumir cierta responsabilidad por sus actos, pidiendo perdón selectivo a algunas víctimas.

Pardines fue asesinado en un control rutinario de tráfico en Guipúzcoa, donde dio el alto a un coche en el que viajaban los etarras Txabi Echebarrieta e Iñaki Sarasketa. Tras comprobar la documentación y manifestar su extrañeza porque no coincidía el número del bastidor del vehículo, le dispararon por la espalda y lo remataron en el suelo. El cadáver presentaba cinco heridas de bala, tres de la pistola de Etxebarrieta y dos de la de Sarasketa. El guardia no pudo defenderse y su pistola reglamentaria permaneció enfundada.

Este crimen marcó el inicio de una espiral de violencia terrorista que habría de durar medio siglo, hasta el anuncio del “cese definitivo” de la violencia en 2011, arrojando el saldo trágico de 845 muertos, más de 2.500 heridos, casi 16.000 amenazados y un número desconocido de exiliados y extorsionados. 

ETA surgió como una ruptura de la “generación de 1963”, los nuevos gudaris, con la de 1936, la de sus padres, los derrotados en la Guerra Civil y acusados de haber abandonado la lucha contra la dictadura. Sus dirigentes alegaban que “no fuimos buscando la guerra. El conflicto nos lo trajeron a casa”. Es una de las excusas más empleadas para justificar la “lucha armada” contra el culpable de todo, el invasor, opresor e imperialista “Estado Español”, al que se enfrentaban en legítima defensa de Euskal Herria y por tanto eran héroes y no terroristas. Este fue precisamente el argumento empleado para justificar el asesinato cobarde de Pardines. 

El ministro socialista Ernest Lluch, poco antes de ser asesinado por ETA en el año 2000, afirmaba que esta no luchaba contra Franco, sino contra España, lo que explica que no desapareciese con el fin de la dictadura, ni con las elecciones democráticas y la amnistía de 1977 (que excarceló a todos sus presos), ni con la Constitución de 1978, el Estatuto de Gernika de 1979 o las primeras elecciones vascas de 1980. Sucedió todo lo contrario ya que, de los 845 asesinatos, solo 43 lo fueron en vida de Franco. 

Además de una historia de terror y barbarie, el libro nos habla de la muerte de un joven gallego que con 19 años cambió su sueño de ser futbolista por el de hacerse Guardia Civil como su padre y su abuelo y poder servir a la Sociedad. Es también la historia del fracaso de ETA que, pese a la violencia, no consiguió ninguno de sus objetivos.

En 1998, Sarasketa, uno de los asesinos de Pardines decía, “era un guardia civil anónimo, un pobre chaval. No había necesidad de que aquel hombre muriera”. Y yo completo, ¡tampoco la había de asesinar a los otros 844!

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