Opinión

Dos varas de medir

DON RAMÓN de Campoamor, un asturiano desengañado que contemplaba la vida con irónico escepticismo, dejó escrito que «en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira» y estos versos recuerdan que todo es relativo, las opiniones y juicios de valor sobre hechos y comportamientos están marcadas por nuestra peculiar visión de los mismos, que es subjetiva y parcial.

Por eso, la cuarteta del poeta del Realismo ayuda a entender las distintas valoraciones que se hacen de un mismo hecho en esta sociedad cada día más dual. Por ejemplo, de los acosos o escraches, esa forma de violencia e intimidación contra cargos públicos que son una práctica injustificable en un Estado de Derecho.

La semana pasada los policías municipales de Madrid -de paisano, sin pistolas ni porras- esperaron en la calle a Javier Barbero, miembro de Podemos y concejal de Seguridad Ciudadana de la Capital, por desacuerdos con la gestión del Cuerpo, un conflicto laboral que degeneró en acoso e increpaciones al edil por parte de este colectivo de trabajadores municipales.

De la reacción del concejal se deduce que los políticos ven el escrache con el color de un cristal cuando lo sufren y con otro color cuando lo ejercen contra el adversario político. El edil Barbero mandó abrir una investigación para determinar si los insultos recibidos pudieran ser constitutivos de delito por incitar al odio y tilda de ideológicas las consignas proferidas contra él que, dice, le recuerdan a «actos de grupos fascistas».

Sin embargo, cuando sus conmilitones -no sé si él mismo también- acosaron a la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría y a Cristina Cifuentes delante de sus domicilios o a Rosa Díez en la Complutense, su opinión y la de sus colegas no fue la misma. En estos casos el escrache era libertad de expresión, un mecanismo de participación democrática de la sociedad civil o «un regalo de la ciudadanía que dice al político qué ha hecho mal».

Los escraches son «espontáneos, entusiastas, legítimos y merecidos» cuando los recibe el adversario político y son «provocados, embarazosos, delictivos e intolerables» cuando los padecen ellos o los suyos. Dos varas de medir que muestran como los políticos de Podemos y sus grupos satélites utilizan el color de sus cristales para ver y actuar a conveniencia, también en la colocación a dedo de sus parejas y otros familiares. Deben ser estos los principios de la nueva política.

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