Opinión

El modelo sueco

LOS PERIÓDICOS publicaban el pasado día 1 la fotografía de los Reyes Eméritos en Suecia y todos resaltaban la gran expectación causada por su presencia en aquel país porque desde que subió al trono Felipe VI son muy escasas sus apariciones juntos debido a los problemas de convivencia de la pareja, que en esto no se diferencian de los demás ciudadanos.

Pero la noticia no era solo esa. Tanto o más noticiable y relevante que ver a Don Juan Carlos y Doña Sofía juntos era el hecho de que estaban en Suecia para participar en el homenaje que los suecos rendían a su Rey por su setenta cumpleaños.

Los españoles siempre hemos sentido cierta admiración hacia Suecia, una sociedad permisiva, tolerante e igualitaria, y cuando visitamos este país pudimos comprobar la laboriosidad de su gente y el grado de desarrollo económico y social alcanzado por esta nación que alberga empresas de renombre mundial en varios sectores productivos.

En Suecia nadie cuestiona a la Monarquía en sí misma como forma de Estado; entre los partidos políticos no está abierto el debate sobre un cambio de régimen

Esta Suecia, que aún ahora se pone como ejemplo de Estado de bienestar, tiene un régimen monárquico con más de mil años de historia. Carlos Gustavo es el séptimo Monarca de la Casa Bernadotte y a pesar de algunos escándalos personales y familiares, el Monarca cuenta con buena aceptación popular.

Lo que nadie cuestiona es a la Monarquía en sí misma como forma de Estado -entre los partidos políticos no está abierto el debate sobre un cambio de régimen- ni al Rey como símbolo de la unidad del país que, con los poderes que le otorga la Constitución, ejerce una labor de diplomacia discreta, tanto en la promoción económica como en la resolución de conflictos con otros países.

No es por comparar, pero este reconocimiento de la clase política sueca hacia la Monarquía contrasta con el proceder de algunos abanderados de la nueva política en España que celebraron con fervor el aniversario de la II República, cambian el nombre del Rey en el callejero o retiran su retrato de los salones municipales. Un ayuntamiento catalán hasta declaró persona non grata al Felipe VI y el líder de un partido político se toma la licencia de llamarle "ciudadano Borbón".

La ignorancia es muy atrevida. Seguro que no conocen a fondo aquel experimento que, según los historiadores, fracasó más por la torpeza de sus partidarios que por las maniobras de sus detractores. Deberían ir periódicamente a Suecia -y a Noruega y Dinamarca- porque viajar ilustra y, además, puede ser un buen antídoto contra los ardores republicanos.

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