Opinión

¿Por qué no se entienden?

EN ENERO, cuando el presidente presentó su Gobierno y dijo que "los ciudadanos nos están demandando una España de colaboración y no de crispación, de convivencia y no de excitación", captaba el deseo de la sociedad después de un largo bloqueo político.

Parecía llegado el momento de volver a los acuerdos para hacer frente a los problemas que entonces tenía España. Pero fue un espejismo. Pasaron diez meses y el presidente, cuyo objetivo es su supervivencia política, no tomó la iniciativa para recobrar el diálogo y entendimiento, valores que inspiraron la Constitución y trajeron la libertad y el progreso.

Por eso, en los meses transcurridos los políticos siguieron chapoteando en el fango, el rencor y el odio, alineados en dos bloques antagónicos. Pierden el control verbal en cruces de acusaciones y es previsible que hoy, en el debate de la moción de censura, reaparezcan los insultos.

En esa crispación estamos cuando los problemas del país son otros y de una gravedad extrema por la irrupción y deplorable gestión de la pandemia y por la caída de la economía cuya recuperación, según el Fondo Monetario Internacional, será larga y difícil, desigual e incierta.

¿Por qué los ciudadanos de a pie, que pensamos distinto, somos capaces de tomar unas cañas y ponernos de acuerdo en muchas cuestiones y los políticos, al menos los políticos de los partidos con posibilidades de gobernar, son incapaces de entenderse y acordar las reformas necesarias –sanitarias, jurídicas, económicas y educativas– cuando el país está al borde del precipicio?

"A este país le ha costado mucha sangre recuperar la dignidad después del oprobio de la dictadura, dice Manuel Vicent; ha tenido que luchar muy duro para salir de la miseria económica y vivir en democracia. Empieza a resultar trágico que unos políticos percebes de cuarta vengan a echar tanto sacrificio por la borda con su incompetencia y fanatismo".

El presidente pide unidad mientras sus ministros y socios insultan a la oposición, que entra al trapo, y entre todos están destrozando la imagen de España. Desconciertan a Europa, espantan a los inversores, dificultan la recuperación económica, confunden al ciudadano y, lo que es más grave, están recreando las dos Españas.

Malos tiempos. España es un gran país, pero en esta hora nada invita al optimismo. La nave, azotada por la crisis sanitaria, política, económica e institucional, navega sin rumbo. El Gobierno, que debería estar en el puente de mando y la oposición ejerciendo su papel, viven en la bronca tabernaria y solo generan incertidumbre. Da miedo.

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