Opinión

¡Hablen entre ustedes!

LA ENCUESTA del Instituto Nacional de Estadística -INE- sobre equipamiento y uso de las tecnologías en los hogares relativa al año 2016 revela que el teléfono móvil es el dispositivo tecnológico de mayor difusión entre los niños y también entre los adultos.

Su consumo es imparable porque en este ‘ordenador de bolsillo’ lo llevamos todo: conexión permanente a internet y numerosas aplicaciones para acceder a múltiples informaciones y servicios, el listín de contactos, la agenda personal, las cuentas y operaciones bancarias, la radio, la música...… El móvil pone el mundo en nuestras manos y nos hace más fácil y cómoda la vida diaria.

Pero este instrumento que nació como medio avanzado de comunicación - «Lo importante es poder hablar», decía el eslogan publicitario de una operadora de telefonía móvil- paradójicamente aísla a muchos usuarios de su entorno inmediato, de su mundo más cercano. Circula por la red una presentación en la que aparecen grupos de jóvenes en disintos ambientes: «Compartiendo una taza de café, cenando en el restaurante, disfrutando de la belleza de un museo, gozando de un bello día de playa, en el estadio apoyando a su equipo…».

Lo entrecomillado es el ‘pie de foto’ de las secuencias citadas, cargado de ironía, porque los jóvenes están juntos en esos ambientes, pero nada comparten entre ellos, ni se dirigen la palabra. Están absortos mirando y tecleando en sus móviles, en algunos casos quizá entablando relación con algún peligroso desconocido.

Esas escenas, ejemplos claros de adición al móvil, ya forman parte de la vida diaria, no solo de los jóvenes, también de los adultos que hacemos lo mismo o peor en España y en todo el mundo. El propietario de un pequeño bar en East Sussex, Inglaterra, cubrió las paredes de su local con papel de plata para que nadie pueda utilizar el teléfono móvil, idea bien acogida en la localidad, y el dueño de otro establecimiento colocó un cartel con la leyenda: «No tenemos wifi. ¡Hablen entre ustedes!», pero mundo cibernético acabó suplantando el contacto personal.

Se atribuye a Albert Einstein la frase «temo el día en el que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas». Ese día ya ha llegado. No por las tecnologías, que aportan quintales de bienestar y facilitan la vida diaria, sino por la adicción y el mal uso que hacemos de ellas que nos llevan a perder la posibilidad de enriquecernos en nuestras relaciones interpersonales.

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