Opinión

Impuestos y gastos

"LOS NIVELES actuales de inflación son inaceptables", dijo la vicepresidenta Calviño en abril en Canal Extremadura y aseguró que el Gobierno hace todo lo posible para que bajen los precios. Seguro que hace lo que puede, lo que no significa que acierte. 

En una encuesta de Sigma Dos nueve de cada diez españoles cuestionan la ineficacia de la subvención general de los combustibles y el 61 % respalda la rebaja fiscal aprobada en la reunión de presidentes en La Palma, petición que hizo el líder de la oposición en su visita a la Moncloa y despreció el presidente del Gobierno, que estuvo en aquella reunión. 

Son muchas las voces de expertos que claman por una rebaja selectiva de impuestos como remedio para contrarrestar la inflación. Y no es verdad lo que dice la ministra –también lo dice el presidente– que "una rebaja de impuestos lleva aparejado un recorte de servicios públicos". El Estado de bienestar se resiente si descienden los ingresos, que ahora aumenta la inflación, y si la rebaja fiscal no va acompañada de una multimillonaria reducción del gasto público, que la Calviño sabe que está que desmadrado. 

Los españoles pagamos mucho, somos de los países con mayor esfuerzo fiscal, y el Gobierno gasta a espuertas. Parte de nuestros impuestos se pierden en gastos que mantienen ministerios inútiles, asesores y cargos de confianza (lean la relación en el diario Expansión del día 18), subvenciones y otros despilfarros –circulan por la red ejemplos escandalosos– que desangran las cuentas públicas e indignan a los contribuyentes. 

Ante esta subida de precios que devalúa salarios y ahorros, empobrece a todos y golpea con más fuerza a los más vulnerables, el Gobierno debería compensar a los ciudadanos dejando más dinero en sus bolsillos para hacer frente al aumento de los precios. ¿Por qué se niegan a ajustar las tarifas del IRPF a la nueva escalada de la inflación? También es elemental en la gestión reducir el gasto, que más que aportar al Estado de bienestar, impide dotar mejor sus servicios y aumenta la deuda y el déficit.       

Esta crisis es la primera preocupación de los españoles que el Gobierno debería atender y dejar de agitar el fantasma de la extrema derecha, que inquieta menos a la gente. El discurso del miedo ya no vende porque quienes tienen problemas económicos, piensan, cultivan el pensamiento crítico. 

Que es el mejor antídoto contra la propaganda gubernamental que busca desviar la atención de la mala situación económica, de la negativa a bajar impuestos, del miedo al proyecto económico del PP y del creciente malestar social.  

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