Opinión

La mediocridad de los políticos

EL ESCRITOR y dramaturgo Antonio Gala, fino observador y riguroso analista de la actualidad, en mayo de 2010 sucumbió a la tentación del pesimismo y escribió en La Tronera: "No he conocido nunca una España más mediocre que ésta. Sí más injusta, más despreciable... Pero ahora es mediocre aquí la economía, la política, el Gobierno, la oposición, la justicia, la televisión, el arte… Todo, menos el paro".

Presiento que, viendo lo que ocurre en el país desde sus ochenta y ocho años, se habrá reafirmado en aquel análisis al constatar que "hasta la mediocridad es mediocre. Ahora el aire lleva mentiras, contubernio, chantaje, podredumbre, un egoísmo atroz…".

Dónde se percibe con más claridad la mediocridad es en el ámbito de la política con ejemplos paradigmáticos de indignidad protagonizados por varios dirigentes que no son precisamente diputados perdidos en el hemiciclo, sino que ostentan cargos importantes en sus partidos y de responsabilidad en el gobierno y en la oposición.

Sobran ejemplos, pero por ceñirnos solo a lo que desde hace meses ocupa los informativos y a la opinión pública, ahí están las numerosas falsificaciones curriculares para impulsar sus carreras políticas con la aureola de intelectualidad que no consiguieron en las aulas; el lodazal de los másters de Cifuentes, de la ministra Montón o los títulos de Casado, y no es arriesgado pensar que hay más casos. El último episodio es el de la tesis del presidente, otra prueba de mediocridad de un trabajo que debería sobresalir por el rigor investigador.

¡Cómo se echan de menos los políticos de la Transición, muchos de ellos gallegos, de la UCD de Suárez, del PSOE de González, del PC de Carrillo, algunos del PP de Aznar, de las Autónomas!. Tenían prestancia, sólida formación, sentido de Estado, grandeza de miras para anteponer los intereses generales de la nación a los intereses partidarios y practicaban la cultura del acuerdo. Que se sepa, ninguno, salvo el inefable Roldán, falsificó su curriculum, ni obtuvo títulos o diplomas regalados por una universidad, que entonces también eran más serias.

Estos casos —y seguro que hay más— hunden la reputación de las universidades implicadas, salpican y manchan a todas las doctas instituciones y devalúan el grado, el máster y las tesis de miles de estudiantes que salen adelante con su esfuerzo intelectual y la ayuda económica de los padres.

De verdad, abochorna e indigna que nuestro país esté gobernado por políticos de tan bajo nivel intelectual y ético.

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