Opinión

Nos arrebatan Turquía

LEYENDO LAS inquietantes noticias que llegan de Turquía después del golpe de Estado, muchos hemos sucumbido a la tentación de la morriña en versión galaica recordando la hospitalidad de este país y a su gente acogedora y amable, que ahora sufre la radicalización de un régimen que aprovecha la asonada para justificar su deriva autoritaria y laminar cualquier sospecha de disidencia. 

Hace catorce años que viajé por primera vez a Turquía atraído por la belleza y el exotismo de este país situado entre Europa y Asia. El destino primero fue La Capadocia, región de vivos contrastes que ofrece al visitante una formación geológica única en el mundo y el entorno de Göreme que es un museo al aire libre en donde el viajero encuentra casas, iglesias y monasterios excavados en las rocas que conservan hermosos frescos, vestigio de un cristianismo floreciente. 

Desde la paz veraniega de Galicia, el recuerdo de Turquía tenga un doble sentimiento de tristeza

Y después Estambul, la joya de la corona, capital durante dieciséis siglos de los imperios Bizantino y Otomano. La vieja Constantinopla es todo un universo con centenares de lugares que hay que visitar. Santa Sofía, uno de los logros arquitectónicos más excelsos de la humanidad –su cúpula majestuosa "parece flotar en el aire", decía el profesor Otero Tuñez–, la mezquita Azul, el palacio Topkapi, la ruta del Bósforo, iglesias, museos y parques o el bullicio del Gran Bazar caracterizan a Estambul como un gran parque de atracciones. 

Aquella Turquía que yo conocí enganchaba tanto que repetí viaje cuando Turkish Airlines volaba desde Santiago a Estambul, una ruta lamentablemente perdida que comunicaba Galicia con el lejano Oriente. Ya entonces era un país frágil, con tensiones políticas y económicas, pero gozaba de paz social y el viajero no tenía sensación de peligro. Tras los últimos acontecimientos todo ha cambiado y ya nadie está a salvo en un país que abre las cárceles a presos comunes para encerrar a opositores o disidentes y va camino de la radicalización, una pesadilla para Europa y el mundo. 

Eso hace que, desde la paz veraniega de Galicia, el recuerdo de Turquía tenga un doble sentimiento de tristeza. Primero, por las purgas masivas que causan tanto sufrimiento a tantas personas inocentes. El segundo sentimiento, más egoísta, viene determinado por el clima de inseguridad que nos priva de seguir viajando a este país que tanto cautiva. Si sigue la deriva autoritaria, La Capadocia y Estambul solo podrán ser visitadas virtualmente desde la red. Una pena.

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