Opinión

¡Que abran los bares!

La hostelería no es el único sector estrangulado por la pandemia, pero posiblemente sea el que alcanza más visibilidad económica y social. Primero, porque la restauración -restaurantes, bares, ocio nocturno- y el alojamiento -hoteles, apartamentos, pensiones- son un sector productivo importante dentro de la estructura económica de Galicia.

En 2018 contaba con 21.000 establecimientos que dieron trabajo a 67.000 personas, alcanzó una facturación de 4.768 millones y su aportación a la riqueza del país fue del 4,5 por ciento, según datos del Anuario de la Hostelería en España presentado en diciembre del año pasado.

Propietarios y trabajadores se manifestaron el martes pasado en Santiago. Piden ayudas acordes a la gravedad de la crisis y rechazan la demonización de sus empresas y negocios que siempre se adaptan a las demandas del mercado y ahora cumplen las normas higiénico-sanitarias establecidas. Por eso piden también que les permitan abrir sus locales.

Pero, además de la vertiente económica, los establecimientos de hostelería son elemento de sociabilidad. Forman parte del paisaje urbano y de nuestra cultura, por eso su cierre es más impactante en las ciudades y pueblos.

Sobre todo se echan de menos los bares y cafeterías en los que todos tenemos compartido desayunos placenteros, sobremesas relajadas o discusiones ardorosas a la caída de la tarde, la hora ritual para alternar con los amigos.

En Diez razones para amar a España, José María Marco destaca la contribución de los bares a forjar nuestro carácter extrovertido y proverbial sociabilidad y la escritora Eva Millet sostiene que son el mejor ejemplo de entidades transversales de la sociedad. Representan un punto de encuentro, un lugar de recreo, un espacio para quedar y conversar, comer y beber, leer el periódico, navegar por la red, ver el fútbol o jugar una partida. Son como parlamentos populares a pie de calle.

En este otoño de rebrotes pandémicos bares y restaurantes no pueden desarrollar su actividad por imperativo sanitario y padecen una crisis que les aboca a la ruina. Como a los demás negocios del sector, a la extensa red de proveedores y al comercio de proximidad.

Por eso, además de subvenciones y créditos, necesitan que les dejen abrir las puertas lo antes posible para ir recuperando la actividad económica. Siempre con las preceptivas exigencias sanitarias que ellos saben cumplir.

Con esta apertura, las ciudades y pueblos de Galicia, que ahora parecen poblaciones fantasma, recuperarán parte del bullicio y los ciudadanos algo de la alegría perdida. Que falta nos hace.

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