Opinión

Rafael Nadal, un tipo cabal

Nadal tiene la cabeza muy bien amueblada, tan llena de talento y fortaleza mental como de sensatez y sensibilidad social

FUERON MUCHOS los éxitos cosechados por deportistas españoles en los últimos años y muy afortunados los ciudadanos que celebraron esos triunfos que hicieron grande la imagen deportiva de España.

Los lectores veteranos recordarán las dejadas de Santana, el pionero del tenis, las carreras de Perico e Induráin, la velocidad de Ángel Nieto, los golpes de Ballesteros y los más recientes triunfos europeos y mundiales de las selecciones de fútbol y baloncesto. En Galicia son memorables el Liceo de hockey, que ganó todos los títulos nacionales e internacionales, y aquel Dépor que desafió a los grandes del fútbol.

En la cima de tantos éxitos está Rafael Nadal que preside el olimpo donde habitan los deportistas excelentes. El domingo abrió los informativos y el lunes fue portada en los periódicos del mundo con títulos tan expresivos como ‘¡Divino Nadal!’ o ‘¡Eres el más grande!’.

Es el más grande por su palmarés con tantos triunfos que parecían estar fuera del alcance de un ser humano, por su sencillez y autenticidad y por ser portador de los valores de todo buen deportista, como son el respeto al contrincante, la humildad que preside sus victorias y la elegancia que muestra en las derrotas. Forman parte de estos valores el trabajo y el esfuerzo permanentes que le llevaron a superar momentos delicados cuando las lesiones amenazaban con dejarle fuera de pista.

Nadal tiene la cabeza muy bien amueblada, tan llena de talento y fortaleza mental como de sensatez y sensibilidad social que mostró el domingo cuando, después de ganar el partido, mandó un mensaje de ánimo a toda la sociedad española que está sufriendo con la crisis que azota al país. "Me hace feliz esta victoria, dijo, pero lo más importante es la batalla por la salud, mejorar la economía y que la gente vuelva a la normalidad". ¡Chapó!

Fueron millones los españoles que le arroparon el domingo. Su victoria en París trajo la felicidad a este país deprimido y necesitado de una alegría, de algo que celebrar en medio de la incertidumbre que genera la realidad prosaica. Por eso España celebró su triunfo como propio.

Estamos ante una persona ejemplar y un deportista excelente. Un tipo cabal, modelo a imitar por jóvenes y mayores, que lleva trece años siendo el gran embajador de España en París. Fue emocionante ver las lágrimas en sus ojos mientras ondeaba la bandera y sonaba el himno de España que el público francés escuchó respetuosamente desde la grada.

Un respeto que también debería servir de ejemplo para aquellos españoles desconsiderados con los símbolos que nos representan. En París y en España.

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