Opinión

La nave se hunde: sálvese quien pueda

LA VERDAD es la primera víctima en cualquier guerra. La lucha contra el covid no ha sido la excepción en España, al ser transformada desde el primer día en el núcleo de la guerra sin cuartel que libran Gobierno y oposición. Constatarlo permite encuadrar el conjunto de despropósitos y a veces disparates que han jalonado los siete últimos meses y que amenazan con perdurar como mínimo un año más.

Como en toda guerra, las víctimas son discutidas. Sabemos que son muchas pero el desacuerdo en las cifras ofrecidas es de varios miles de fallecidos. Como los números provocan menos emociones, en su día fueron censuradas las fotografías de los féretros apilados y cuando algún medio publicó un fotomontaje mostrando lo que ocuparían en la calle, la trifulca subió de tono. Se trata de evitar las imágenes más impactantes, como en las guerras del pasado siglo.

La verdad no resiste la prueba del algodón. Se anatemizan las reuniones sociales pero cuatro ministros más los dirigentes de la oposición se reúnen para cenar con otro centenar de personas. Convoca el director de un medio influyente y unos por prudencia, otros por vergüenza, consideran oportuno asistir aunque contradiga lo que ellos mismos dicen. Entre los asistentes, el propio ministro de Sanidad. La presidenta de Baleares es denunciada in fraganti a las dos de la madrugada en un bar de copas, habiendo sobrepasado la hora de cierre de la hostelería firmada por ella misma. La denunciada se justifica con una cena de trabajo, a estas alturas de la pandemia, y con otras excusas inverosímiles. El doctor Simón, tan respetado en marzo, hoy es La nave se hunde: sálvese quien pueda José Luis Méndez Romeu MI TRIBUNA una caricatura de sí mismo, desautorizado continuamente por los hechos.

La semana pasada vivimos dos nuevos episodios grotescos. El Gobierno impone el estado de alarma por seis meses sin control parlamentario, con la adulación obsequiosa de ERC entre otros. Además delega en las comunidades que hagan lo que puedan. Estas imponen fronteras interiores masivamente con la excepción de Galicia, Extremadura y Madrid. En los tres casos serían redundantes pues de facto quedan aisladas por las medidas impuestas por sus vecinos. Las autonomías con gobierno nacionalista consiguen al fin que las fronteras interiores sean una realidad y que el Estado renuncie a ese elemento constitutivo de la soberanía. Tendrá consecuencias en el futuro.

Se ha considerado como unidad de actuación la comunidad autónoma, como en marzo se defendió la provincia, sin otras explicaciones ni alternativas. Así, las ciudades más castigadas son tratadas igual que las zonas rurales menos afectadas. De hecho las autoridades niegan sistemáticamente los datos locales, aunque los poseen. Algunos comentaristas llaman a esta situación la deconstrucción del Estado, por no decir la balcanización.

Donde sería imprescindible una estrategia común frente a una crisis que empeora día a día, se ha descartado definitivamente cualquier atisbo de unidad de acción o de cooperación entre Gobierno y oposición. Podemos fijar la atención en la Comunidad de Madrid, enemiga pública declarada por el Gobierno central. Dirigida por una presidenta de peculiar personalidad, en parte por su actuación y en parte a su pesar, se ha transformado en la imagen alternativa.

Donde todos ponen fronteras, Madrid las rechaza. Donde todos quieren cerrar actividades económicas, Madrid las defiende, en una postura similar a la que han defendido Reino Unido, Suecia o Estados Unidos, que no se ha visto acompañada por el éxito. Pero la confrontación ya no va de eficacia, sino de alternativa. Madrid intenta consolidar la imagen de territorio liberal, dinámico y resolutivo frente a la mayoría de autonomías que solo imploran el paraguas del Estado que este les niega, delegándoles tanto la competencia como la responsabilidad.

Casi ocho meses después del inicio de la pandemia, vivimos en el caos creciente de normativas dispares, de cambios de criterio constantes, de acuerdos que duran horas en medio de un vendaval de críticas. La crisis de confianza en las instituciones es tan imparable como el virus, con todo un país moderno tratado como menores de edad. Todavía la gente no ha salido a la calle en serio, como está ocurriendo en Italia, pero en algún momento lo hará.

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