Opinión

No basta con el sentido común

Decía Ramón Gómez de la Serna que "el sentido común es el menos común de los sentidos". Y cada vez es más cierto. Basta para corroborarlo con echar un vistazo cada mañana a los periódicos. Pero puestos a buscar frases lapidarias, también sentenció el dramaturgo norteamericano Eugene O’Neill que "creer en el sentido común es la primer falta de sentido común". Lo más probable es, como tantas veces ocurre, que ambos enunciados tengan su parte de razón. Vienen a cuento estas reflexiones en torno al sentido común porque en los últimos días he escuchado en numerosas ocasiones y en foros muydistintos que una de las principales bazas que acreditan al actual presidente de la Xunta para ponerse al frente del Partido Popular a nivel nacional, es que hace alarde de un gran sentido común. Con todos los respetos y sin despreciar en absoluto la necesidad que ha de tener toda persona, y un político aún más, de gozar de sentido común, no me parece argumento ni cualidad suficiente para optar a una empresa de tan grande envergadura. Yo entiendo la política como un conjunto de actuaciones encaminadas a mejorar los indicadores socioeconómicos comparativos de nuestra comunidad o país para así propiciar una mejora de la renta y de la calidad de vida de sus ciudadanos. El sentido común puede ayudar en esa labor pero no es ni de lejos la cualidad principal de la que ha de disponer alguien que pretenda cumplir con esos objetivos esenciales. Si Núñez Feijóo asume finalmente el liderazgo del Partido Popular se enfrentará al reto de demostrar que lo puede hacer mejor que los demás. Y eso no se consigue a base de sentido común, por mucho que éste pueda ayudar en algunos momentos a trasladar una imagen de bonanza, cierta serenidad, sensación de control y a generar empatía. Cuestiones en las que he de reconocer que nuestro presidente autonómico se desenvuelve a las mil maravillas. Pero, insisto, ese no es el objetivo esencial de la función política. Ya he comentado en alguna otra ocasión que el poder no es para tener sino para hacer. Para hacer una sociedad más justa, más equitativa y en la que todos tengamos las mismas oportunidades. No vayamos a caer en los mismos errores de siempre y a propiciar los ranchitos de elegir nosotros a los jueces, beneficiar en los contratos a los allegados, pagar favores con cargos de confianza… En fin, esa vieja letanía, el ejemplo y resultados de entregar el Tribunal de Cuentas así nos lo confirma. Y no quiero acabar este artículo sin hacer una referencia a la tragedia que se está viviendo en Ucrania. De nuevo la palabra guerra estalla en nuestras cabezas. Y lo hace a las puertas de Europa. Tan solo 2.500 kilómetros separan España de la frontera con Ucrania. Resulta inconcebible que en una sociedad como la actual algo así pueda seguir ocurriendo. Mi primer recuerdo y mi solidaridad es, por supuesto, para con las víctimas directas de este conflicto. Pero no caigamos en el error de pensar que solo Rusia o Ucrania van a pagar las consecuencias de esta guerra. Ni mucho menos. Ya las estamos pagando también nosotros. Una semana de guerra ha bastado para que empiecen a escasear determinados productos y para que el precio se otros se haya triplicado. Y esos daños colaterales nos van a tocar muy de cerca. A los ciudadanos y a las empresas. Eso sí, quienes toman las decisiones sobre estas cosas de la guerra desde sus despachos (no ya solo en Moscú, sino también en Bruselas, en Estrasburgo o, seguramente, incluso en Madrid) siguen cobrando su generosos sueldos, mientras la sociedad en su conjunto paga sus consecuencias o, aún peor, lucha por sobrevivir. Qué tristeza, por dios. Que alguien ponga fin a esta locura.

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