Opinión

Comisiones

Antes de entrar en más detalles, vaya por delante que me parece deleznable que una persona se enriquezca de manera desproporcionada a costa del erario público aprovechando las excepcionales condiciones y necesidades que se dieron en el peor momento de la pandemia. Dicho lo cual, para que no parezca que me centro en el caso que estos días está de actualidad, no deja de sorprenderme la hipocresía con la que la sociedad en su conjunto y la clase política en particular está abordando la cuestión del cobro de comisiones.

Yo, como empresario, he pagado (y sigo pagando) comisiones toda mi vida. Al igual que personas a las que yo he comprado productos o servicios se han llevado su correspondiente comisión. Y eso ha ocurrido siempre. Y sigue ocurriendo.

Sin ir más lejos, yo pago cada semana una comisión a Booking por los clientes que llegan a mi hotel a través de su portal. O pago también comisiones a arquitectos o decoradores que prescriben productos que después yo vendo.

Y, en el sentido contrario, personas que a mí me venden, ya sea una pieza de mobiliario, una póliza de seguro o una página de publicidad en un periódico, cobran también por ello su correspondiente comisión. Y nadie se escandaliza, ni debería escandalizarse, por ello. Porque, para bien o para mal el modelo de las comisiones por venta es un formato que ha existido siempre en el juego mercantil.

Otra cosa totalmente diferente –y vuelvo a insistir en el tema para que los haters no se me echen encima- es cuando se cobra una comisión desproporcionada, cuando se hace de manera ilegal, cuando no se declara, o cuando el producto que vendes es defectuoso. Pero obviando casos así, que un intermediario mercantil intente cobrar una comisión razonable por su trabajo, que en su caso es poner en contacto a un vendedor y a un comprador, y que después tribute por ello, no tiene nada de excepcional. Y mucho menos de ilícito.

Para bien o para mal, personas con contactos o provenientes de familias influyentes las ha habido siempre y en no pocos caso han sacado partido de esa situación. Es posible que Nadia Calviño no hubiese llegado a ser ministra de no haber sido hija de José María Calviño. O sí, quién sabe. O que Carmen Fraga no fuera eurodiputada de no ser la hija del entonces presidente de la Xunta. Incluso el próximo presidente autonómico puede deberle una parte de su carrera política a su progenitor, el político popular José Antonio Rueda Crespo.

Desgraciada o afortunadamente, el valor de los contactos, de una buena agenda o de ser hijo de es algo intrínseco al ser humano y a esta sociedad, máxime en un país como España. Y quizá mejor nos iría si en lugar de rasgarnos las vestiduras, simplificar y demonizar a los comisionistas articulásemos en las administraciones mecanismos de control eficaces para evitar que se produzcan detestable episodios como los que en los últimas semanas hemos conocido. Porque del resto, como cantaría mi amigo Tony Lomba, evocando aquella mítica canción de Sandro Giacobe, "la vida es así, no la he inventado yo".

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