Opinión

A medio paso del abismo

ME DUELE, no crean que no, cargar las tintas una vez más contra Nadia Calviño, una mujer con orígenes familiares en la comarca del Deza nacida en A Coruña. Pero es que no hay manera. Cada vez que la vicepresidenta segunda y ministra de Asuntos Económicos sale a la palestra, nos cae un jarro de agua fría. Reconozco que nunca he sido muy fan de Nadia Calviño, una persona extraordinariamente formada pero que siempre ha vivido, y nada mal por cierto, al amparo económico de las Administraciones públicas. Quizá de ahí derive su escasa empatía con el mundo empresarial. Que llegó a su punto más álgido cuando se postuló en contra de la concesión de ayudas directas a los empresarios, no fuera a ser que alguna de esas ayudas cayera en alguna empresa que acabara cerrando. Ya me gustaría a mí que se hubiese tenido el mismo cuidado con la entrega de millonarias subvenciones a grandes corporaciones multinacionales que finalmente acabaron cerrando sus fábricas, abandonando España y dejando en la estacada a miles de trabajadores. Alcoa, sin ir más lejos.

Pero no, lo que a la señora Calviño le preocupa es que algunos cientos de euros puedan llegar a un autónomo que, asfixiado hasta el límite por las restricciones a las que se somete a su negocio, acabe por baja la persiana. Pues mire, señora ministra, si esa situación llega a darse en algún caso, que no digo yo que no con lo difícil que nos lo están poniendo, esos cientos de euros no habrían sido desperdiciados ni arrojados a la basura. Habrían servido al menos para apaciguar en una mínima parte y por un mínimo tiempo la dramática situación de ese empresario o de ese autónomo, abocado al cierre por las limitaciones que le han sido impuestas.

Señora Calviño, como ministra de Asuntos Económicos, su obligación es procurar todos los apoyos y habilitar todas las medidas que sean precisas para mantener vivo el tejido empresarial de nuestro país. Esa debería ser su prioridad absoluta. Pero es que a lo mejor no entiende como funciona la economía, así, en minúsculas, fuera de un despacho. La que vivimos y padecemos día a día los que luchamos por sacar adelante nuestros negocios pese a todas sus zancadillas.

Hace unos días nos enteramos de que a la señora ministra no le gustan los salarios de los ejecutivos de la banca española. Máxime cuando esos bancos están anunciado los despidos de miles de trabajadores. Pues mire, en eso, y aunque soy un firme defensor del libre mercado- no olvidemos que son empresas privadas y las retribuciones están aprobadas en sus consejos- hasta podría estar de acuerdo. Pero me habría gustado que también hubiera criticado los excesos salariales, cuando como directora general de Presupuestos de la Comisión Europea, cobraba 216.480 euros anuales. O que los critique en el futuro si, tal y como se sugiere desde algunas fuentes, llega a ser nombrada presidenta del Fondo Monetario Internacional, cargo por el que cobraría casi 450.000 euros al año. Si quiere ayudar a los usuarios de la banca y mostrar sensibilidad con la ciudadanía prohíba las comisiones de gestión y mantenimiento de las cuentas antes que otras medidas.

Entre tanto, los ciudadanos de a pie, o mejor dicho, los de coche, parece que vamos a tener que soportar otro cargo más para poder circular por las autovías. Pero ¿no pagamos ya un impuesto de circulación? ¿Hasta dónde quieren exprimirnos? Porque, no nos engañemos, ¿quiénes sufrirían ese nuevo peaje? No evidentemente los funcionarios, a quienes la reforma de la Ley del Estatuto Básico del Empleado Público va a permitir teletrabajar hasta cuatro días a la semana. No, ese nuevo peaje a la movilidad lo vamos a pagar quienes obligatoriamente tenemos que desplazarnos para buscar clientes en el mercado libre o para trasladar nuestras mercancías.

Resulta ya no digo intolerable, sino completamente inasumible la reiteración de cargas fiscales y de obligaciones de pago a las que debemos enfrentarnos día sí y día también. Señores gobernantes, no pueden seguir tensando la cuerda e incrementando la presión fiscal a cada momento, porque no habrá cuerda que lo resista. Los españoles, y los gallegos en particular, nos caracterizamos por ser gente luchadora, trabajadora, aferrada a lo suyo y a la que no es fácil doblegar. Pero todo tiene un límite. Y estamos a medio paso del abismo. Ténganlo en cuenta.

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