Opinión

Nai e señora

ESTE PRÓXIMO domingo es el Día de la Madre. Podría entenderse como una más de esas celebraciones de fundamento comercial que se imponen en el calendario. Pero no. Desde siempre he estado convencido que si hay un “día de” que tenga verdadero sentido, ese es el de la Madre. Para la mayoría de nosotros, y para mí desde luego, la mujer más importante de nuestras vidas.

Todos tenemos o hemos tenido madre y seguramente para cada uno de nosotros como la nuestra no hay ninguna. No hay caldo como el de ella, ni nadie mejora sus croquetas. No hay abrazo más acogedor que el suyo ni consejos más acertados. Y seguramente todos tenemos razón. Pero, claro, yo voy a hablar de la mía.

Mamá ha sido siempre para mi la figura que ha representado el más grande ejemplo de esfuerzo, tesón y generosidad que he tenido en mi vida. Una persona que siempre ha antepuesto la educación y la formación de sus hijos y el bienestar de su familia a cualquier otra cosa. Incluso al suyo propio.

Mujer labrada y hecha a sí misma, fenomenal representación de la casta de las mujeres gallegas, no hizo falta que nadie le explicara qué era eso de la conciliación. Nunca desaprovechó un minuto y fue capaz de sacar adelante con valentía y orgullo el negocio familiar y una familia con tres hijos sin que nunca la hayamos echado de menos porque siempre ha estado ahí, a nuestro lado, acompañándonos en este duro viaje que es la vida.

Y lo hizo siempre desde la sencillez y la discreción. Nunca quiso para ella honores que a buena fe le correspondían ni le preocupó el no figurar en los títulos de crédito. Sus motivos de orgullo era otros e internos, era vernos felices a los que la rodeábamos, era cuidar de la salud de la abuela de papá de sus hijos, era ver que el negocio salía adelante, era comprobar que las inquietudes y valores que ella siempre nos había inculcado daban sus frutos. Esas eran sus grandes victorias, las que celebraba en la intimidad con una sonrisa, un beso y un te quiero.

Tiene por tradición la sociedad gallega sus fundamentos en una organización matriarcal. Y más aún en las zonas del litoral, como las nuestras. Los maridos se veían obligados a emigrar o a embarcarse y eran las mujeres las que, sin reparar en esfuerzos, se hacían cargo de los hijos, de la huerta, de la casa y de cualquier otro quehacer laboral que ayudase al sustento del hogar. Mi madre pertenece a esa estirpe de matriarcas, de leonas, de mujeres de casta y carácter que nunca han temido echarse a la espalda la responsabilidad. Fuera en el ámbito que fuera.

A mi madre le debo casi todo lo que soy. O por lo menos lo más importante. Los principios y valores esenciales, esos que son los que en el fondo te hacen persona, se los debo a ella. Una y mil veces, cada vez que salía de casa, me decía “sé humilde y sé bueno con todos”. No sé si lo he logrado pero en ello he puesto, y sigo poniendo, todo mi empeño. Porque ese era el deseo de mi madre. Y ella, con su ejemplo, nos enseñó el camino. Ser discreto no está reñido con ser fuerte. Ser honrado y honesto no es antagónico con ser luchador y ambicioso. Mi madre es todas esas cosas y más. Es una mujer valiente, heroica, generosa y humilde- Elegancia Pura- entregada por completo a su familia, ante la que siento un orgullo que no cabe dentro de mí. “Nai e señora, sempreagarimosa e forte”, que decía Cabanillas. Esa es mi madre. ¡Feliz día mamá!

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