Opinión

El triunfo de la doble moral en política

LLEVO AÑOS escuchando de manera recurrente y desde muchos ámbitos diferentes la cantinela esa de que es necesario abrir las puertas de la política al talento; de que han de ser las personas que han demostrado su capacidad y valía en el campo de la empresa privada quienes aporten toda esa experiencia y sabiduría a lo público; de que las responsabilidades de gobierno deberían estar en manos de los mejores... ¡Ja! Cantinelas. Solo cantinelas. Nada más.

La realidad se encarga de demostrarte que en cuanto surge la oportunidad de que eso acontezca entra en acción esa apisonadora que son los aparatos de los partidos para hacerlo añicos y zanjar las ilusiones. No vaya a ser el demonio..., que a las primarias las carga el diablo.

Lo hemos podido comprobar este fin de semana con lo que ha ocurrido en el congreso del PP en Vigo. En principio, no tengo nada en contra de Marta Fernández-Tapias, a quien no tengo el gusto de conocer. A quien sí conozco bien, y desde hace muchos años, es a Javier Guerra, una persona cuya trayectoria, tanto en la empresa como en la política, merece todos mis respetos y admiración. Sin embargo, han sido los mismos que con la boca pequeña dicen aquello de que hay que atraer al talento a la política, quienes no han hecho más que poner palos en las ruedas de cara a truncar una mayor proyección política de Javier Guerra.

Hace muchos años que sigo la trayectoria de Javier y he podido comprobar y corroborar cómo desde su escaño de senador por Pontevedra ha luchado en múltiples ocasiones por defender el interés general de esta provincia y, en particular, por las cuestiones que más perjudican a nuestros sectores mercantil, empresarial e industrial. Algo que quizá no puedan decir muchos de los que nos representan.

A pesar de eso, y de los muchos otros valores que Guerra ha demostrado, ha triunfado el inmovilismo, el aparato, el no menearlo, el mantener la estructura y la tutela por parte de la vieja guardia, con todo lo que ello conlleva. Desde siempre he entendido que el objetivo de la política debe ser procurar que los mejores (llámense Javier Guerra, Ignacio Rivera o Pablo Isla) se pongan al servicio de la ciudadanía para mejorar nuestra competitividad y nuestra calidad de vida. Pero la realidad es tozuda y se empeña en demostrarme que el ejercicio real de la política no va mucho más allá de perpetuar (o propiciar los medios para hacerlo) los derechos adquiridos por quienes alcanzan una determinada cuota de poder. Y así nos va.

Creo sinceramente que no solo el PP y Vigo han perdido –por ahora– una gran oportunidad. La de contar con el impulso, el conocimiento y el bagaje de una persona como Javier Guerra. Creo que Galicia entera. Podíamos haber contado con un dirigente político sobresaliente que marcase la diferencia. Pero es que eso es precisamente lo último que quieren quienes ocupan el poder, alguien que les pueda hacer sombra. ¿Qué iba a ser mejor para la ciudadanía? Bueno, eso es secundario, tampoco nos pongamos exquisitos.

Soy conocedor del carácter luchador de Javier Guerra y sé que no va a tirar la toalla. ¿Quién dijo que la vida fuese fácil? Evidentemente no lo es, pero estoy convencido de que los objetivos por los que lucha Javier, más tarde o más temprano, se conseguirán. Por muy difícil que se lo pongan. Que se lo pondrán, no lo duden.

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