Opinión

234 años de bandera

LA BANDERA española cumplió, el 28 de mayo pasado, doscientos treinta y cuatro años. Muchos años, pues, la contemplan. Se me pasó la fecha de su cumpleaños y no pude dedicarle esta columna en su día. Lo hago hoy para recordar cómo nació, no vaya a ser que la saquen también de los libros de texto como a los Reyes Católicos y al rio Miño. Nuestra bandera viene de muy antiguo y no la inventó el general Franco, ni la bordó su señora esposa, Carmen Polo, como quiere darnos a entender algún patán con mala intención. Fue un rey Borbón, Carlos III, el que encargo su diseño para evitar la confusión de la Armada española con los navíos de otras potencias extranjeras en las que también reinaba la Casa de Borbón –y su pendón blanco– y con las que, cosas de la época, nos relacionábamos a cañonazos. 

Al monarca español, se le presentaron varios proyectos de los que se eligió una enseña de idénticos colores y proporciones a la actual; el amarillo y el rojo eran los colores distintivos de la bandera del Reino de Aragón y los colores heráldicos de Castilla. Vemos, pues, que el general Franco no andaba por el medio, como ahora. Ni Pujol, ni Sabino Arana, ni Arzallus, ni el siniestro cura Setien, ni la Colau, ni Pisarello, ni Puchimon, ni la Rahola. Ni nada de nada del invento moderno de naciones de opereta que persiguen con nuestro dinero estos señores paletísimos y aburridísimos del separatismo catalán, ante la abulia del gobierno español de turno, que hacen como que no ven cuando el personal pita, pisotea y quema un símbolo sagrado para cualquier ciudadano de un país decente. Y es que en esta España hay mucho político acomplejado que se avergüenza de su patria y de su propia historia y, como no, de su bandera, que lleva ondeando en España desde el siglo XVII. El rey Carlos III, Carlos IV, el felón Fernando VII, el punto filipino de Isabel II, Amadeo de Saboya, los Alfonsos, el general ferrolano, Juan Carlos I y nuestro monarca actual Felipe VI, han simbolizado y simbolizan junto a la bandera roja y amarilla la unión de todos los españoles y de España, como una nación moderna y europea. La Historia no se puede borrar. Una unión con las luces y las sombras de los tiempos que les ha tocado vivir y reinar, para bien y para mal, con libertad y sin ella, con derechos fundamentales y sin libertades publicas, en la pobreza y en la abundancia, en la guerra y en la paz, en la salud democrática y en la enfermedad dictatorial; en definitiva, una unión que está en nuestra Historia, aquélla de la que alguien dijo que nunca acaba bien. El socialista Peces Barba, que fue miembro de la Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades publicas, decía en su turno de explicación de voto durante el debate de nuestra Constitución que "el tema de la bandera debe dejar de ser problema que divida a los españoles, y nunca puede ser utilizada como instrumento de división de los ciudadanos". Pero, claro, ni caso. Aquí seguirán en el gobierno haciendo el don Tancredo y los españoles seguiremos aguantando que unos indeseables quemen públicamente la bandera de España como si fuera algo natural. Y, además, no pase nada. Ya saben, la libertad de expresión típicamente española.

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