Opinión

El Brexit de las monas

Tiene que estar al caer por Gibraltar. El premier británico habrá de visitar la colonia muy pronto para explicarle a sus moradores en qué situación se quedan después del Brexit. Un complejo asunto que según cuentan por ahí va a seguir ventilándose entre España e Inglaterra, porque el tema colonial no está en el acuerdo, firmado estos días, por el que los británicos abandonaran la Unión Europea el 1 de enero. Están por tanto las monas gibraltareñas también muy preocupadas porque el hecho de salirse de la Unión les puede estallar debajo del rabo. Estas cosas se sabe cómo empiezan pero nunca como terminan y las consecuencias de la salida británica, que están por ver, pueden ser tremendas para la economía de las islas. Y no digamos para los habitantes del peñón de Gibraltar a los que se les puede acabar el chollo.

Desde niño, siempre me pregunte qué coño pintaban los ingleses en suelo español, y hace unos cuantos años se me presentó la oportunidad de visitar la colonia británica y a sus curiosos habitantes que circulan por la izquierda y hablan como Manolo Caracol. La visión fue clara: son cuatro gatos con bigotes de cemento armado que llevan beneficiándose de la inoperancia, la impotencia y la estupidez de los gobernantes españoles desde hace más de trescientos años. Cuando crucé la verja me dirigí a un taxista que estaba dormitando la siesta en un destartalado Mercedes 300 diesel, de la época en que Bobby Charlton marcaba goles en el Manchester United. Le pedí que me llevara a lo alto de la roca. El hombre, un sesentón con cara y cuerpo de picador de toros y un cerradísimo acento andaluz, me indico que el trayecto me costaría 3.000 pesetas. Lo mande, claro esta, a tomar por retambufa en un correcto español, y le dije que los tres billetes de mil se los cobrara al Príncipe de Gales y a su novia de entonces, hoy distinguidísima esposa, la Duquesa de Cornualles. Lo entendió perfectamente. Y siguió durmiendo.

Gibraltar es una tomadura de pelo y un forúnculo lleno de pus en el que viven como dios sus colonos que, además de dedicarse al contrabando, al trafico de drogas, al lavado de dinero negro procedente de la droga, trapichean, también, con petróleo en mal estado que vierten, de vez en cuando, en nuestras playas ensuciándolas, mientras, ellos veranean en Sotogrande en donde aprovechan para jugar al golf sin que les caiga la bolita al mar. Una situación ésta sobradamente denunciada en todas las instancia europeas y contemplada, tradicionalmente, en el Palacio de Santa Cruz como si lloviera.

Por la colonia británica ya pasaron la reina Isabel, los príncipes de Gales, el príncipe Andrés, los duques de Wessex, don Felipe de Edimburgo y la princesa Ana sin el caballo. Todos ellos cargados de cacahuetes para repartir entre sus monas. Hoy las monas están muy inquietas y el munícipe que manda en la roca también. El gobierno español debía de aprovechar este follón del Brexit para apretarles las clavijas a los británicos como harían ellos, sin ninguna duda, de estar en nuestro pellejo. Pero nada se hará y menos con esta ministra de Exteriores con cara de primera comunión que tenemos y que hizo un master en la Universidad Carlos III de Madrid. Era el momento de cerrar la verja. No habría ya ni blanqueo, ni contrabando, ni drogas, ni trapicheo alguno. Solo, una frontera de nuevo. Que ya es hora.

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