Opinión

Descomposición

Cuando a la muerte del general ferrolano los restos de su régimen se hicieron el “harakiri” y se realizó la ejemplar transición a la Democracia, con la aprobación mayoritaria de la Constitución de 1978, los españoles nos las prometíamos muy felices. Creíamos finiquitado el grave problema del nacionalismo con la modificación de la estructura del Estado y la creación de las Comunidades Autónomas y pensábamos que, por fin, podíamos ser un país normal. Pero, nada más lejos de la realidad. Han pasado cuarenta y cuatro años y el resultado está a la vista. El molesto y pesadísimo problema del nacionalismo lejos de solucionarse ha derivado, gracias a Zapatero, siempre Zapatero, en una ruptura de la nación, donde el gobierno regional de Cataluña, trufado de irresponsables, dio un golpe de Estado en toda regla. Sueñe la sala del Supremo lo que sueñe. Las Comunidades autónomas, además, se han convertido por obra de sus pródigos ministrines en unos entes despilfarradores. Ingresan poco, pero gastan las millonadas que reciben del Estado sin sentido, llevando a España a la ruina más absoluta. Números, cantan. El modelo territorial, pues, ha sido a todas luces un fracaso. No ha solucionado los problemas territoriales y, además, la brutal crisis que padecemos desde 2007, ha puesto al descubierto que es insostenible económicamente. Si a todo lo anterior le añadimos las ocurrencias a diario de Pedro Sánchez y sus socios y socias, el país se encuentra, hoy, sin timón y, por tanto, sin gobierno. Esta vieja nación se está yendo al garete, ante la insidia del personal. El gobierno se ha transformado en un amasijo de espiritistas al que, exclusivamente, le preocupa el poder. Y el socialismo que lo dirige es, hoy, puro comunismo, cuyos viejos dirigentes y dirigentas vienen demostrando unas tragaderas colosales que asombran a propios y extraños. A esta vieja piel de toro la manda, hoy, una mezcolanza a modo de gobierno donde anidan separatistas, golpistas, bolcheviques y filoetarras. Grupúsculos políticos, cuyo único fin y objetivo, y así lo dicen públicamente, es la destrucción de nuestra nación. Un objetivo conocido por todos los españoles que no causa, hoy ya, sorpresa alguna. En cambio, lo que si provoca preocupación y estupor en esos mismos españoles es el comportamiento de un presidente que pasa por todo con tal de seguir aferrado al poder. Las cosas están muy mal y el sistema se resiente. Todo está en cuestión y es urgente que nuestros representantes, que aún creen en España, se pongan a trabajar y apuntalen el sistema. Porque si sus señorías no se ponen de acuerdo con seriedad para encontrar remedio a todos los males que aquejan gravemente a nuestra democracia, este régimen de libertades que disfrutamos desde 1978 y que supuso no pocos sacrificios, se va al garete y España hacia una balcanización territorial, sin remedio. Si nuestros dirigentes no fortalecen nuestras instituciones, en donde se respeten el imperio de la ley, los derechos fundamentales y las libertades públicas; donde las Administraciones estén plenamente sometidas a la norma y al derecho; y donde sea efectiva la indispensable separación de poderes o, por lo menos, su equilibrio, con una Justicia independiente, este tinglado que tanto costó sacar adelante se hará pedazos con seguridad. Lo sucedido con el CNI estos días atrás, es la gota que colma el vaso de nuestra descomposición como nación y como Estado. Nos estamos haciendo el “harakiri”. Lo dicho, o se ponen de acuerdo o esto se hunde. No lo duden.

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