Opinión

Deterioro institucional

SI EL PERSONAL que conforma nuestra clase dirigente, que aun defiende la Constitución de 1978, y que representa a la inmensa mayoría de la ciudadanía española, no se aviene y pone en marcha y regenera de verdad todo el tinglado constitucional que ordena nuestra convivencia, la democracia que nos hemos dado en 1978 se va al garete sin remisión. El bolivariano Pablo Iglesias ya se ha echado al monte los fines de semana desde su palacete de Galapagar y con él no se puede contar. No se aviene a nada porque no quiere regenerar nada. Como buen comunista, su señoría, solo pretende destruir y aniquilar lo logrado con tanto esfuerzo y sacrificio por todos los españoles. Está ya en la destrucción de la Constitución, de la monarquía parlamentaria, del Estado de Derecho y de todo lo que ello significa para llevarnos por el ronzal a la Venezuela de Maduro o a la Cuba de los Castro. Es decir, a la ruina y a la miseria más absoluta.

Si los señores que se sientan en el Congreso de los Diputados y que aún creen en el régimen constitucional que disfrutamos no se ponen a trabajar para que en España se respeten los principios más elementales del Estado de derecho, el desapego, el malestar y el hartazgo de los españoles hacia sus dirigentes será ya irremediable y de imprevisible consecuencias. El ciudadano, lleva ya más de cuarenta años oyendo hablar de democracia, de participación, de progreso y de la nueva aspirina de la política española que es la famosa transparencia que lo cura todo, pero observa, hastiado, como las reglas más elementales del sistema democrático no se cumplen ni por casualidad.

El principio del imperio de la ley; la garantía del respeto a los derechos fundamentales y a las libertades públicas; el sometimiento de la Administración Publica en su actuar a la ley y al Derecho y el principio de separación de poderes con una Justicia independiente, aunque sea solo un poquito, hacen aguas por todos lados, en un triste paisaje asolado por el Covid-19 y la corrupción que llena los telediarios y hasta las revistas del corazón. España y sus instituciones atraviesan por una gravísima crisis que es urgente e indispensable atajar cuanto antes. Una situación de extrema gravedad y deterioro que, visto lo visto, a nuestros dirigentes parece no importarles en demasía mientras no le huela el culo a pólvora. Un deterioro que sí sufren los ciudadanos, defraudados, resignados y ahora confinados por el artículo 33 y la ley del embudo, que ven todos los días por la tele el circo en que se ha convertido el Parlamento de la Nación. Una carpa de la bronca y la mala educación, a donde acude un gobierno asustado ofreciendo billetes de monopoly, propaganda y publicidad, para encontrarse con una oposición de petisú, melindrosa y pusilánime, que ya debía haber presentado hace meses una moción de censura. Argumentos para ello los hay a patadas y 50.000 mil muertos del Covid los contemplan. La deriva que ha tomado España, hacia la quiebra institucional parece imparable. Nuestra clase política es muy lenta en la reacción y los ciudadanos están ya hartos. No hay más que leer las encuestas sobre los problemas más graves que nos afectan, para darse cuenta que los españoles están muy cansados. O se espabilan nuestros dirigentes y revierten la situación de una vez para siempre y entre todos, o las consecuencias pueden ser nefastas para el país.

No lo duden.

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