Opinión

El calvario de Zaplana

Hace unos años el asesino De Juana Chaos estaba deprimido y padecía estrés. Sus abogados en Irlanda estaban muy preocupados por su cliente y hacían todo lo posible para evitar su extradición a España. Ya lo había excarcelado Zapatero, en su día, asustado, porque había adelgazado un poco en unas presuntas huelgas de hambre que no fueron más que un chantaje al gobierno de España. En Irlanda, un afamado psiquiatra puso de manifiesto ante el juez irlandés que el asesino corría el riesgo de "un gran sufrimiento psíquico e incluso del suicidio". Pobre. Decía el galeno que el terrorista sufría una fuerte depresión, un enorme agotamiento y un pronunciado desorden postraumático. El juez de Belfast que tramitaba el asunto de la extradición había solicitado a las autoridades españolas más información a cerca de las condiciones de la detención que el terrorista afrontaría si fuese extraditado. Es decir, su señoría irlandesa quería saber, además de la carta de comidas y bebidas del centro penitenciario, si la celda de este pájaro tenia radio, televisión y canal Plus, video, Internet de banda ancha, cama amplia con colchón de látex, bata, zapatillas y gorro de baño. Era muy loable la actuación de su señoría, el "examinig magistrate", para que este sujeto, de vuelta a España, no se deprimiera y sobre todo no sufriera el peligrosísimo estrés. Ya se sabe lo débil, lo delicado y lo tierno que es De Juana Chaos. Un hombre de paz que en 1986 intervino en el ametrallamiento de un automóvil del Ejército en el que murieron, sin poder defenderse y acribillados a balazos, tres militares. Un ser frágil y exquisito que el 25 de abril de 1986 coloco un coche bomba en el que murieron cinco guardias civiles. Un hombre refinado que en el mes de julio de ese mismo año, hizo explosionar un coche bomba al paso de un convoy de la Guardia Civil, en la Plaza de la Republica Dominicana en Madrid, en el que viajaban 12 jóvenes guardias que murieron en el acto. Y así hasta veinticinco asesinatos a sangre fría.

Eduardo Zaplana no asesino a nadie. Se le acusa de unos delitos monetarios que el acusado niega de plano. Está en prisión provisional e incondicional y aun no se le ha juzgado. Zaplana padece una leucemia gravísima. Se le ha realizado un trasplante de medula que ha producido un rechazo. Su situación es muy grave y los médicos han informado que si vuelve a la cárcel puede fallecer en cualquier momento. Pero la juez quiere a Zaplana fuera del hospital y en la cárcel a pesar de su gravísima enfermedad y a pesar, también, de que la ley señala, claramente, que la prisión provisional deberá practicarse en la forma que menos perjudique al preso y que, además, ésta puede verificarse en su propio domicilio, con la vigilancia precisa, cuando por razón de enfermedad el internamiento entrañe grave peligro para la salud. Por ello y por otros muchos argumentos más nadie entiende la situación de Eduardo Zaplana que no ha asesinado a nadie, que aún no ha sido juzgado y al que se le están aplicando unas medidas cautelares sin mesura, desproporcionadas y de dudoso ajuste a Derecho. Medidas muy gravosas, que casan mal con el artículo 15 de nuestra Constitución y que son un claro ejemplo de agravio comparativo, exceso de celo y de falta de caridad y elemental humanidad. En definitiva, un golpe al prestigio del poder judicial y un calvario innecesario.

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