Opinión

Enrique Mora

Sus dos apellidos ya tienen algo de poesia, y su nombre, Enrique, como el navegante de Portugal le señalaba ya atado de por vida al inmenso mar que rodea a España. A ese mar colosal al que canta Mora en “El mar me abraza”, que publico en 2002; un mar, como escribe Graña,

¡... pra andar perdido e sen camiño,/ como noite continua ou pesadelo,/ onde o corpo ten de ir espido, inxelo./ Principio e fin das cousas. Mar diviño!

Me puso verde cuando le escribí unas letras en esta misma columna con motivo de su jubilación. Ahora, desgraciadamente, ya no lo podrá hacer, porque su vida, como cantaba Manrique, son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir, y hasta allí fue derecho su señorío a terminar y consumirse.

Cuando su jubilación se sonrojo cuando se vio en esta columna del Diario que sostenía unas humildes y sinceras letras, que no eran otra cosa que una muestra de cariño y de respeto al amigo que se jubilaba. Hoy lo son a quien los clarines y timbales le han cambiado el tercio y llamado a Caronte, el barquero, después de construir y terminar una faena memorable al incierto toro de la vida, a ese toro negro de pena del que hablaba Federico. Porque creo y ustedes sabrán perdonarme la licencia que Enrique Mora se merece este sencillo y publico recuerdo como lo mereció en su jubilación. Y es que después de muchos años de servicio a la sociedad, jugándose el tipo a diario con sus hombres, sin horario, sin domingos ni festivos, con plena dedicación a la guarda y a la defensa de las libertades públicas de los ciudadanos, uno debía de tener derecho a algo mas que a un emotivo acto de homenaje de los compañeros y de los amigos, pero la ley en la Administración es implacable y mandan al funcionario para casa y santas pascuas. En el homenaje por su jubilación que se celebró en el castillo de don Pedro Madruga, se desbordaron todas las previsiones porque allí, recuerdo, que se juntaron más de trescientas personas de toda clase y condición. No solo estaban los compañeros de profesión, sino también destacadas personalidades de la ciudad como el alcalde Fernández Lores, Rafael Louzan, Joaquín Queizán, alcaldes y concejales varios, el que fue genial director de este periódico Pedro Rivas, el editor Sabino Torres, militares como el general Gómez Aparisi y Antonio Ruiz Iribarne, el doctor Esteban Prades y también el inspector de educación González Rajo. Es decir, una prueba del rotundo aprecio que Enrique Mora supo ganarse, día a día, a lo largo de su dilatadísima vida profesional en nuestra ciudad. No voy a hablar aquí de los méritos de Mora porque tengo la grave limitación de la falta de coetaneidad en el tiempo con él y carezco, por ello, de gran parte de las referencias directas de su experiencia vital. Pero, no obstante, y el haber coincidido con él en labores institucionales durante unos años, me ha bastado para darme cuenta que estaba ante un honrado y muy cualificado funcionario y una bellísima persona. Un hombre bueno y entrañable, de mirada noble y recta que ha dedicado su vida profesional al servicio de los demás, y que se ha ido para siempre terminando su camino en el mar, que es el morir y, también, el descansar. Ese mar de Bernardino Graña, azul, verde, ferrento, igoal, distinto ¡principio e fin das cousas. Mar diviño!

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