Opinión

Espartaco

HACE cuarenta años un chaval rubio y de sonrisa eterna hizo el paseíllo en la Plaza de Toros de esta capital de provincia. Un día de la Peregrina de 1979. Ya había toreado aquí muy niño en espectáculos menores y aquí debutó con picadores en agosto de 1977. En el patio de caballos de la plaza de San Roque hay una placa conmemorativa que se colocó el día que cumplió los treinta años de alternativa. Placa justa y merecida. Esta plaza tiene muchos años y mucha solera y debía de contar con alguna placa más. Está todavía pendiente la de Vicente Barrera, el día que se inauguró la cubierta, y la que se le debe al genial poeta Rafael Alberti y que solicitaron al ayuntamiento, que ya de aquella presidía el señor Fernández Lores, en nombre del Partido Socialista Obrero Español, los concejales doña Teresa Casal y el doctor Chano Esperón. Y es que el genial poeta gaditano vino a Pontevedra acompañando a Ignacio Sánchez Mejías. Alberti le pidió que le dejara vestirse de luces y hacer el paseíllo en su cuadrilla. Y así lo hizo. El grupo municipal socialista pidió que, con motivo de la celebración del centenario de la plaza en el año 2000, se recordara aquel singular hecho histórico. El otro recuerdo conmemorativo es para los Reyes de España, don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia de Battenberg, quienes presidieron un festival taurino en 1927 a beneficio de la Cruz Roja.

En fin, solera y señorío por los cuatro costados. El mismo señorío, nobleza e hidalguía que derrocha a raudales Juan Antonio Ruiz «Espartaco», por donde quiera que vaya. El otro día comentaba en una entrevista en un periódico nacional su agradecimiento eterno a la ciudad de Pontevedra y a sus aficionados, y decía que la plaza de aquí era su plaza. Un rincón del barrio marinero pontevedrés, en el que hace ya unos cuantos lustros comenzó a brillar la estrella de Espartinas que alumbraría en lo más alto del escalafón de matadores durante, nada menos, que ocho años. Ocho temporadas, que ahí es nada, en las que este extraordinario torero y bellísima persona mandaba en el toreo, cobraba más que nadie y era el epicentro de todas las ferias de España en las que solo él podía permitirse el privilegio de escoger plaza, fecha, ganadería y compañeros de cartel. Y todo ello desde la máxima humildad.

Un hombre sencillo y humilde, pero un matador irrepetible, por cuanto muy pocos toreros ha habido en este siglo y en el pasado que hayan atesorado una técnica tan extraordinaria y un conocimiento tan claro de los toros, a los que Espartaco podía con una pasmosa y extraña facilidad, después de mirarlos un segundo, en donde ya observaba perfectamente las condiciones del toro y la técnica a adoptar. Se fue hace unos años. Y se marchó a su casa un hombre bueno, generoso y cabal. Pero en Pontevedra sigue su imperecedero recuerdo desde aquel día en el que tuve la suerte de verle por primera vez a finales de los setenta, en una novillada sin caballos siendo casi un niño, y que aún recuerdo perfectamente. La afición de Pontevedra, sintió como nadie su marcha, y esta plaza de toros ya no pudo volver a ver esa sonrisa de hombre bueno. Es triste, pero así es la vida y así hay que tomarlo.

Que pasen todos ustedes unas felicísimas fiestas en honor a Nuestra Señora del Refugio, la Divina Peregrina. Felices Fiestas.