Opinión

Gracias, presidente

SE FUE con el deber cumplido de dejar a España en una situación mil veces mejor que la que tenía cuando se la entregaron, que era una ruina en toda regla. Y se marchó satisfecho, con la cabeza bien alta y, seguramente, recordando aquel terrible primer día en el que los asesores de Moncloa le presentaron los informes de como el país que iba a pilotar estaba en quiebra técnica.

Mariano Rajoy, cuando ganó las elecciones generales, pudo prometer muy poco. España estaba hundida y en la bancarrota; la corrupción brotaba por todas las esquinas de esta piel de toro, y ya no nos quedaba crédito alguno en el mundo. Poco, pues, podía prometer el presidente. Solo le quedaba ofrecer a los españoles la plena dedicación suya y de su gobierno para sacar a España del hundimiento y la depresión, parar la recesión, evitar a toda costa el rescate del país, aplicar valientemente las reformas que había que hacer y conducir a la economía hacia la meta del crecimiento y la creación de empleo. Sus años de mandato no le dieron respiro ni tregua alguna. Unos años, extraordinariamente, complejos y difíciles de depresión, paro, obligados recortes y el golpe de Estado del separatismo catalán. Crisis total, que el presidente Rajoy ha afrontado como mejor supo: con su extraordinaria experiencia en las labores de gobierno, sentido común, pies en el suelo, prioridad para las necesidades reales y tijera al canto para lo superfluo. Y un único objetivo: mejorar el nivel de vida de todos los españoles. Recibió un país roto y en la ruina y logró una recuperación para muchos impensable y que hoy ya nadie niega. España está creciendo de manera importante y así lo afirman todos los indicadores económicos y lo reconocen en toda Europa.

No debió de fiarse nunca de los separatistas catalanes ni de los vascos, aunque quizá lo hizo porque es hombre de naturaleza honrado, tolerante, educado y de una gran calidad humana que le llevo a creer sin duda que en el siglo XXI y en una democracia plena es impensable que alguien intente dar un golpe de Estado. Pudo y debió haber recortado más y en otras partidas como pidió y pide la mayoría de los ciudadanos cuando hablan del Senado y de las diputaciones provinciales. Pero reformó la Administración, suprimió muchos gastos innecesarios y hoy se controla hasta el último euro que se gasta. Rajoy ha pilotado la nave, maltrecha, con experiencia y las ideas muy claras. Ha hecho que España vuelva a ser una nación solvente y seria que paga, puntualmente, sus obligaciones y las deudas que contrae. Y ha demostrado que con una política económica rigurosa se puede garantizar, no sin dificultades, el Estado del Bienestar que estamos disfrutando. Cuando llegó a la Moncloa habló claramente. Y lo hizo con transparencia y sin esconderles nada a los ciudadanos. Explicó a los españoles la situación, fríamente, tal y como era. Y enumeró las medidas que se tenían que tomar y las reformas que hacer. No les contó cuentos chinos, ni ocultó pactos abyectos, ni maniobras infames. Hizo lo que prometió. Sacar a España de la ruina en la que la metieron otros. Pero, hoy, ya no está. Se ha marchado dignamente. Y lo ha hecho después de una carrera política extraordinaria y brillante. Se ha ido un político excepcional, un hombre honrado y un gran español.

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