Opinión

Guerra

SIEMPRE lo observe con simpatía. A mi buen padre que en gloria esté, no le hacía mucha gracia pero a mí me divertían sobremanera sus ocurrencias, su desparpajo de pana obrera y su deje andaluz. Eran tiempos de la Transición política y Alfonso Guerra estaba siempre sentado en el programa de La Clave, que dirigía José Luis Balbín, debatiendo de la Constitución con Antonio García- Trevijano, un republicano impenitente y un ilustrísimo hombre de leyes que mantuvo con brillantes argumentos hasta su fallecimiento, que la Constitución española no era democrática sino un engaño y un fraude en el que habían entrado todos los partidos políticos, traicionando la causa de la Democracia.

Alfonso Guerra, me ha caído siempre muy bien. Ingenioso, agudo, mordaz, ocurrente y sin pelos en la lengua. Y con la suficiente mala uva para guardarle las espaldas y la tortilla del clan a Felipe González durante unos cuantos años. No le conozco personalmente, aunque una vez le vi paseando, paraguas en mano, con una bella señora por la Avenida de Santa María contemplando la belleza de ese entrañable rincón pontevedrés.

La política española a la que siempre he seguido con mucha atención desde bien joven, me obligaba a sentarme ante el televisor, para ver los debates en el Congreso de los Diputados de nuestra Santa Transición, muchas veces en diferido y casi de madrugada. Nada comparable con los de ahora. A ver ¿quién se atrevía, delante de don Antonio Hernández Gil o de Landelino Lavilla, a sacar una teta a paseo en el hemiciclo para amamantar a una criatura? Nada parecido con lo anterior, ni en la teta ni en el nivel. Nada de nada. En aquellas Cortes de la Transición hablaban con fundamento y escribían sin faltas de ortografía personas formadas y competentes, entre otros, Adolfo Suarez, Guerra, González, Fraga, Herrero y Rodríguez de Miñón que se ha pasado al separatismo. También por allí estaban Marcos Vizcaya del PNV que era un plomo de narices. Miguel Roca que se la metió doblada a los padres de la Patria. Santiago Carrillo y su pitillo; el canario y vehemente Sagaseta; Blas Piñar que era un magnifico parlamentario y subía a la tribuna sin un solo papel. El profesor Tamames, Aizpun un valiente defensor de la Navarra foral, el abogado del Estado Hipólito Gómez de las Roces, Abril Martorell, otro plomo importante, Bandrés un firme defensor de los Derechos Humanos de verdad y el comunista miope don Nicolás Sartorius Álvarez de las Asturias Bohórques, hijo del Conde de San Luis y metido a bolchevique, ¡vaya usted a saber por qué! Personajes irrepetibles que llenaban el bar del Cojo de humo y rumores todos los días de sesiones. Aquellas legislaturas, la constituyente y la primera, de 1977 a 1982, las conformaban hombres y mujeres de reconocido prestigio, de una gran formación y con el común objetivo de pasar de los restos de una dictadura a un régimen democrático. El objetivo del Gobierno y de la oposición parlamentaria era hacer de España una nación moderna y plenamente europea. Aquellos hombres redactaron una magnifica Constitución que ha sido la mejor de nuestra Historia. Hoy, desgraciadamente, algunos quieren echar por tierra toda esa labor atacando al Rey Juan Carlos principal artífice de todo aquello. Alfonso Guerra, junto a otras muchas personalidades ha salido con determinación en su ayuda. Le honra su postura de defensa de un monarca que ocupa ya en la Historia de España un lugar muy destacado.

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