Opinión

Hombres del mar

 

COSTA DA MORTE. Costa peligrosa y ya legendaria de riesgo y desgracia. Día de marejada y olas de 4 y 5 metros. La tripulación del Sin Querer Dos, un buen barco con un gran patrón, volvía a casa a pasar las Fiestas de Navidad, descansados y tranquilos después de su durísimo e impagable trabajo. Y volvió a suceder como siempre ha sucedido. Tres hombres grandes, tres marineros nuestros han perdido la vida al sur de Finisterre. Un compañero está desaparecido. Al poco tiempo, la desgracia volvió a repetirse en Malpica. El patrón del Silvosa, falleció también al hundirse su embarcación cuando se disponía a abandonar la dársena para ir a faenar. 

Teófilo, Bernardo, Manuel, Guillermo que se encuentra desaparecido y José Ángel, trataban de ganarse la vida en el mar. Y el mar, que todo lo da y todo lo quita, pasó esta vez el recibo y se cobró la factura que gira siempre: la vida de hombres honrados, buenos, trabajadores y valientes.

El mar, a veces, se muestra cruel e implacable y sigue tragándose, año tras año, las vidas y las ilusiones de muchos hombres esforzados que buscan en él, desde tiempo inmemorial, su sustento y el de sus familias. Y volvió a suceder como siempre. Mala suerte. Siempre nos cae en Galicia el premio gordo de la desgracia en el mar que se ceba en los hombres generosos de esta tierra que pagan con su vida el justo anhelo de ganársela. Y es que la inmensa mayoría de los marineros españoles que nos roba el mar son gallegos. Zafir, Hermanos Días Colome, Arosa, Os Tonechos, Fátima, Pesca Lanza, Panchito, María José, Sin Querer Dos, y tantos otros que fueron y otros muchos que, desgraciadamente, serán. Nombres de barcos, bellos, ocurrentes y caprichosos, que son ahora cementerios marinos donde reposan en paz cientos de hijos de esta tierra que, como muchos otros lugares del planeta, han visto en el mar su duro y modesto futuro.

Madres que paren hombres austeros, recios y valientes que por tradición y muchas veces por necesidad se juegan la vida todos los días. Esposas e hijos que esperan pacientemente su vuelta sanos y salvos. Un juego difícil de jugar y de imprevisible resultado. A veces bueno y a veces malo. Un juego de sacrificado trabajo, duras condiciones y angustia y congoja en esa soledad del mar enfurecido que, como me contó una vez mi amigo Rafa Macías, hace que viejos y curtidos marineros se pongan de rodillas y comiencen a rezar. Rezos en el mar y rezos, también, en tierra de madres, mujeres e hijos a la Virgen del Carmen y a su seguro amparo. Un juego duro y una vida también muy dura si llega a ocurrir la desgracia que siempre se contempla con temor y de reojo. Y si ocurre, la vida familiar da un vuelco y todo son estrecheces y penurias económicas. Seguros e indemnizaciones sin cobrar, créditos e hipotecas que pagar y familias que sacar adelante. Viudas y madres coraje que siguen su vida como si nada pasara. ¿Valdrá la pena? Merece el mar que se le pague un tributo tan caro y valioso. Puede esta tierra aguantar el más que seguro sacrificio de sus hijos más humildes y desfavorecidos. Puede ser. Así ha sido siempre y así seguirá siendo. El mar nos da, pero también nos quita. Todo el mundo lo sabe, y ellos, nuestros valientes marineros más que nadie. Dios los bendiga siempre.

 

 

 

 

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