Opinión

La visita

Estuvieron la semana pasada en la colonia de Gibraltar. Vinieron a visitar a las monas que allí viven. El hijo más calvo de Su Graciosa Majestad, el Príncipe Eduardo, y su señora esposa, la duquesa de Wessex, vinieron a ese trozo de tierra española robada, para celebrar el jubileo de platino, es decir, los 70 años de la coronación de la Reina Isabel II.

Desde niño siempre me pregunte que carallo hacen los ingleses en la roca gaditana y hace unos cuantos años, aprovechando que estaba por allí cerca, me plante de visita en la colonia británica. Siempre cuento que me llamaron la atención sus curiosos habitantes, monas incluidas, que circulan por la izquierda, pero que hablan como Rancapino y la Paquera de Jerez. Caben en un seiscientos, pero tienen la suerte de seguir disfrutando y beneficiándose de la inoperancia, la impotencia, la estupidez y el buenismo de los gobernantes españoles desde hace más de trescientos años. Una vez que crucé la verja me dirigí a un taxista, que estaba dormitando en un destartalado Mercedes 300 de aquellos con motor diesel. Le pedí que me llevara a lo alto de la roca. El hombre, un sesentón con pinta de picador de toros y un cerradísimo acento andaluz, me indico que el trayecto me costaría 3.000 pesetas, de aquellas de finales de los noventa. Lo mande, claro esta, a tomar por el saco en un correctísimo español que entendió perfectamente y le dije que los tres billetes se los cobrara al Príncipe de Gales y a su señora querida de entonces, hoy distinguidísima esposa, la Duquesa de Cornualles, de Rothesay, de Edimburgo, etc., etc., y futura reina consorte, doña Camilla Parker.

Gibraltar, lo sabe todo el mundo, incluida Adriana Lastra que no sabe nada de nada, es una tomadura de pelo y un forúnculo lleno de pus en el que viven cojonudamente sus colonos que, además de dedicarse al contrabando, al tráfico de drogas, a la evasión de impuestos, al lavado de dinero negro procedente de la droga, trapichean, también, con petróleo en mal estado que vierten, de vez en cuando, en las playas vecinas. Jorobando, así, la industria turística de los alrededores que es sustento de muchas familias españolas que tienen que soportar esta infamia consentida por la imbecilidad de nuestros acomplejados gobernantes que todavía hoy aguantan esta vergüenza. Mientras, ellos veranean a todo trapo en mansiones y chalets en Sotogrande, en donde aprovechan para jugar al golf sin que les caiga la bolita al mar. Un paraíso fiscal en toda regla y en territorio de la Unión Europea que desde Bruselas contemplan con increíble naturalidad. Se calcula que hay allí más de 20.000 sociedades mercantiles que operan en nuestro país, pero que, claro está, no pagan ningún impuesto a nuestra Hacienda. Una situación sobradamente denunciada en todas las instancias europeas y contemplada en el Palacio de Santa Cruz como si lloviera. Han venido, pues, los de Wessex a pisotearnos una vez más. En el ministerio de Exteriores español, despertaron al ministro del ramo que estaba dormitando en el despacho, para que firmara la consabida notita de protesta contra la visita del hijo pelón de la reina Isabel al peñón gaditano. Notita, que algún funcionario del Foreign Office, con cara de David Niven, perfectamente vestido en alguna sastrería de Savile Row, zapatos a medida de John Lobb y exquisitas maneras, ha colgado convenientemente en el toilet paper holders del water closet del ministerio en Whitehall. Faltaría más.

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