Opinión

Marcelino Camacho

La próxima semana se cumplen ciento cuatro años del nacimiento de Marcelino Camacho, fundador del sindicato Comisiones Obreras. Me acuerdo siempre de él cuando sale en los telediarios celtibéricos alguna entrevista a los silentes y afónicos secretarios generales de CCOO y UGT, que más que sindicalistas parecen ministros sin cartera del gobierno de don Pedro Sánchez. Silentes y en calma chicha, sin que se atisbe la más mínima intención de movilizarse en defensa de los trabajadores, con todo lo que está cayendo en esta España nuestra. Y es que Marcelino Camacho era otra cosa. Un hombre bueno, honesto y trabajador, que dedicó toda su vida al servicio de los demás. Fue padre y primer Secretario General de Comisiones Obreras; y uno de los diez principales protagonistas de la Transición política española que, hoy, tanto maldicen por ignorancia los Belarra, Montero, Echenique y compañía, que no conocen la Historia de España ni por el forro. Como ha cambiado el paisaje y el paisanaje sindical desde que Camacho se retiró de la vida política activa. Nada se parece a aquellos años de la Transición donde todas las personalidades de la época, separatistas aparte, arrimaron el hombro para conducir a España hacia la libertad y la democracia. Marcelino era uno de ellos y así el Consejo de Ministros de la época se lo reconoció al concederle la Orden del Mérito Constitucional que le entrego el Rey. Un reconocimiento civil creado por el gobierno de Felipe González, que se le concede a aquellas personas que hayan realizado actividades relevantes al servicio de la Constitución y de los valores y principios en ella establecidos. Y Marcelino Camacho estuvo siempre al servicio de los valores constitucionales, luchando incansablemente contra la injusticia social. Desde el liderazgo de Comisiones Obreras que él creó, ayudó en lo que pudo, que era mucho, para que esta pobre y descosida piel de toro, maltratada, hoy, hasta por los que juraron solemnemente defenderla, haya podido disfrutar del periodo más próspero de su siempre convulsa y dramática Historia. A Marcelino Camacho como a otros grandes personajes de aquellos difíciles años ya no se les recuerda como se merecen. Nuestros jóvenes bachilleres que pasan de curso sin aprobar, seguramente no han oído hablar de ellos, porque la Historia que se cursa, hoy día, es la que interesa y no la de verdad que se estudió siempre y que fue la de España. Hoy solo se cultiva la minúscula del terruño, propio e intransferible, so pena de destierro y linchamiento público. Y, claro está, que no en todos los terruños nacen personajes importantes. Por eso, cada vez son menos los que recuerdan a este hombre de voluntad de hierro que trabajaba de fresador en la fábrica de motores Perkins Hispania, con su jersey de cuello vuelto y su inseparable compañera, Josefina. Un matrimonio que vivía muy modestamente en el barrio madrileño de Carabanchel, en un piso de sesenta metros cuadrados. Nació comunista y murió comunista, fiel a sus ideas y pensando siempre en la igualdad de los hombres. Para eso creo el gran sindicato que fue Comisiones Obreras y que hoy dirigen unos señores acomodados y con espíritu funcionarial que distan mucho de Marcelino Camacho. Un hombre honrado que sufrió cárcel por la defensa de las libertades que hoy disfrutamos y que es un ejemplo para las nuevas generaciones de españoles de lo que es la decencia, la ética, la solidaridad, el sacrificio y la determinación para poder conseguir aquello en lo que uno, verdaderamente, cree.

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