Opinión

¡Se queda!

EN LA TRENA, como todos los delincuentes. Ha dicho el socialista italiano Sassoli que preside el Parlamento Europeo, que la Eurocámara deja de reconocer a Oriol Junqueras como eurodiputado. Estuvo mareando la perdiz el tal Sassoli por orden de Pedro Sánchez para tratar de echarle una mano con los golpistas que le apoyan para formar gobierno, pero después de conocer el estacazo que le dieron los jueces del Supremo, diciéndole a la abogada del Estado y de los golpistas, Rosa María Seoane, que "la Sala no puede aceptar lo que la ley no permite aceptar", los letrados del Parlamento europeo, le han dicho a Sassoli que dejara de hacer el ridículo.

España, señor Sassoli, no es Burundi, ni Sudan del Sur. España es una nación moderna y civilizada. Uno de los países más viejos del mundo y el imperio más grande que ha conocido el hombre a lo largo de su existencia. Y es, además, uno de los socios más importantes de la Unión Europea. Un país con un producto interior bruto importante que coloca a nuestra economía en el puesto número 13 del ranking mundial. España es, además, una potencia turística. El tercer país más visitado del mundo y el octavo país del orbe con mayor presencia de multinacionales. España es un país soberano, constituido como un Estado social y democrático de Derecho que propugna como valores superiores de todas sus leyes la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Y la soberanía de esta vieja nación reside en su pueblo del que nacen todas, absolutamente todas, las instituciones del Estado. Y todos los ciudadanos españoles y los poderes públicos están sometidos a la Constitución y a las leyes. España no es Malaui. Tenemos una importante tradición constitucional que se remonta a la Constitución de Cádiz, donde nuestros antepasados, al convocar Cortes Constituyentes en 1812, nos convirtieron en el tercer país, tras los Estados Unidos y Francia, en hacer una revolución liberal con una Constitución también liberal y popular. Un texto constitucional que ya reconocía la soberanía nacional y planteaba la división de poderes. Una Constitución que tuvo, en fin, una muy importante influencia fuera de España, no solo en Hispanoamérica, en donde inspiró a los textos constitucionales de las colonias del viejo Imperio español, sino también en Europa, en donde sirvió de ejemplo a las ideas y movimientos constitucionalistas y liberales de nuestra vecina Portugal, Nápoles o Milán, en la creación del Estado italiano y en la Rusia de los zares. Y esto hay que hacérselo saber a los zotes de Bruselas, Estrasburgo y al obtuso juez de Schleswig-Holstein, que dejo, en su día, en libertad al golpista Puigdemont. Un juez que se ha ciscado en nuestra Constitución, en el Supremo, en las Cortes Generales, en nuestra Historia y en todos los españoles de bien que respetan la ley y pagan sus impuestos. España no es una colonia de piojosos, que carece de leyes, instituciones y fronteras. Un país de camareros que no hay que considerar ni respetar. España, no es así. Y dejen ya el Gobierno y las televisiones afines de mentirles a los ciudadanos. Digan la verdad. Un señor condenado en firme a la pena de 13 años de prisión, es, desde ese momento y por ministerio de la ley, inelegible.

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