Opinión

Valiente mujer

El 8 de febrero de 2003, los asesinos de la ETA le dispararon tres tiros por la espalda a Joseba Pagazaurtundua cuando se encontraba tomando un café en un bar de Andoain. Era sargento de la policía municipal de ese pueblo. Joseba tenía 45 años, estaba casado y era padre de dos críos. Falleció horas después en el hospital.

El atentado estaba anunciado. Fue el final sin remedio de años de amenazas que los asesinos etarras y su entorno vertían sobre el servidor público todos los días sin que nadie hiciera nada. Dos años antes de su asesinato le escribió una carta al consejero de Interior Javier Balza, en el que le ponía la corriente de las amenazas continuas que estaba sufriendo y del triste final que iba a tener. Le escribía también a su madre en donde le confesaba sus temores. Muchas veces en forma de poema, como cuando le dijo: "El alma se me escapa trozo a trozo cuando veo un nuevo asesinato. Ay madre, qué miedo tengo. He de salir a la calle, afuera esperan ellos, los que desean sangre. Ay madre, me han de matar y no puedo evitarlo. Mi grito de libertad lo acojan los ciudadanos". Y lo mataron. Y su madre lloro y maldijo a los asesinos, a su entorno y a muchos de los que negociaban con ellos. Y lo hizo sola, sin apoyo y sin consuelo, salvo el de su propia familia, en una sociedad que miraba para otro lado, enferma, medrosa e incapaz de reaccionar. Una sociedad con dirigentes muy cobardes. Tibios y gallinas con los asesinos y muy duros y muy valientes con las indefensas víctimas. Una desigualdad en el trato escandalosa que culmino con las miserables declaraciones de aquel canalla que se llamaba Javier Arzallus. El sujeto, con aquella chulería de aldea que le caracterizaba y con la que trataba de ocultar su más que evidente cobardía, insultó y menospreció, discriminó y trató como un ser inferior a aquella mujer, a aquella madre a la que los etarras le acaban de matar un hijo, porque la buena de la señora protestó y pidió responsabilidades, públicamente, al gobierno vasco por el terrible asesinato. Que menos puede hacer una madre cuando le matan a un hijo sino romper a llorar, protestar y maldecir. Que menos cuando, además, era un asesinato proclamado ante la indiferencia de la mayoría ciudadana y del gobierno vasco que no tuvo piedad con su hijo condenado a muerte. Esa pobre mujer, como la definió Arzallus, que salió ante la sociedad española a reclamar justicia, es doña Pilar Ruiz Albisu, de Rentería, hija de un socialista que hizo la guerra y sufrió la cárcel. Una señora. Una madre destrozada y desesperada, pero también una mujer con un extraordinario coraje, que no se quedó callada y que retó a Arzallus a que le repitiese "cara a cara" las acusaciones y los insultos que vertió contra ella. Un reto que quedó sin contestar. Y es que los cobardes, ya se sabe, no aceptan retos. Suelen huir y esconderse esperando que pase el temporal. Un temporal que desató la rabia y la desesperación de una madre a la que le asesinaron a un hijo. Desesperación y angustia que se tragó, valientemente, ella sola, sin ayuda y sin consuelo, mientras muchos y muchas miraban para otro lado y se ponían a silbar. Ni una protesta, ni una manifestación. Nada.

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