Opinión

A volar

Ya se sabe lo que pasa en esta españa de pandereta: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Es decir, el asesino a la calle y pelillos a la mar. Vuela, vuela palomita. Idoia López Riaño, La Tigresa, es una de las asesinas más crueles de la banda terrorista de la ETA. Una alimaña sanguinaria que mató a sangre fría, a 23 españoles por el mero hecho de serlo. Este martes pasado cumplía su condena y a la calle. Le cayeron 2.111 años de cárcel y ha cumplido 23. Un año por cada muerto. Así son las cuentas en estos casos. Y no hay más que hablar. Así está, en el mercado penitenciario español, el kilo de asesinato para esta banda terrorista.

López Riaño entró muy joven en la banda etarra como pistolera. En el año de 1985, asesinó a Ángel Manuel Faca y en el mes mayo de ese mismo año segó la vida del policía Máximo antonio García. Máximo salía vestido de paisano de un bar próximo a su domicilio de la capital donostiarra y cuando se encontraba a pocos metros del portal de su casa, fue abordado por tres terroristas. Uno de ellos se acercó a la víctima por la espalda y le disparó en la nuca. Cuando el cuerpo de Máximo cayó al suelo, el etarra le remató con otros dos tiros en la cabeza. La terrorista se trasladó, después, a Madrid para seguir asesinando. Así, acabó con la vida de cinco guardias civiles al hacer explosionar un coche-bomba al paso del vehículo oficial. Más tarde atentó contra la vida del comandante de Infantería Ricardo Saenz de Ynestrillas, el teniente coronel Carlos Besteiro Pérez y al soldado conductor Francisco Casillas Martín.

Intervino, además, en el sangriento atentado de la plaza de la República Dominicana de Madrid en donde resultaron muertos 12 guardias civiles. En el año de 1992, participó en el arriesgadísimo y peligroso atentado que terminó con la vida del catedrático de Derecho Manuel Broseta, cuando el profesor se dirigía, paseando por los jardines de la facultad y en compañía de una alumna, a impartir sus clases. La detuvo la policía francesa en Marsella y más tarde fue extraditada a españa, donde fue juzgada y condenada a un total de 2.111 años de prisión. Cumplía condena en una prisión de Álava a donde fue trasladada por orden de Pérez Rubalcaba, cuando la asesina accedió a firmar una carta, dicen, que de arrepentimiento. Durante su condena, el televisivo juez, Grande Marlaska, dictó uno de esos autos judiciales que acercan mucho la Justicia al ciudadano y sirven para mejorar las encuestas del CIs. Su señoría, que es juez de carrera y no de cuchara, le concedió un permiso a la asesina de ocho horas al día, digo bien, para que pudiese aprender a conducir.

A la etarra, le aplicaron, faltaría más, el artículo 117 del Reglamento Penitenciario. Una atención especializada para su reinserción social. Y es que esta españa nuestra es el mundo al revés. Aquí se da todo tipo de facilidades al que conculca y violenta la ley, al asesino etarra, y se le hace la puñeta a las víctimas, miles, a las que hasta hace bien poco se les negaba el pan y la sal. Claro que, de que nos extrañamos hoy, si contemplamos durante años, pasivamente, como se sacaban los féretros de los guardias civiles asesinados por las puertas traseras de las iglesias vascongadas. Y así nos va.

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