Opinión

Abrazo

EL PAISAJE escogido era insuperable. El arcén de una carretera, decorado por el atardecer veraniego del mes agosto, con unas aguas de la ría de Pontevedra rendidas al sosiego, de fondo, se había convertido en una improvisada reivindicación de la normalidad. ¡Mejor imposible! Al paso, la vista vive el inevitable asalto de una imagen irrepetible: una pareja se adora. Se quiere. Y hasta se ama de manera incondicional. Lo hace, sin pudor, mientras centenares de coches bordean la situación a su regreso de un bonito día de playa. De hecho, a los pies de aquella escena, el arenal de Paxariñas, en el municipio pontevedrés de Sanxenxo, trata de recuperar su estado natural. Se prepara para descansar sumergida en la soledad de la noche tras una ajetreada jornada de toallas, bañadores y mucho calor. Él besa desde una posición inferior, desde una silla de ruedas motorizada. Ella aprovecha los centímetros de altura de ventaja para rodearle el cuello y abrazarle con una intensidad envidiable. Ajenos a todo, gritan al mundo que todo es posible. Que la diferencia hace la diversidad. Que las capacidades siempre se imponen a las discapacidades inherentes al rechazo social. Que la integración es la antítesis de la exclusión. Que un abrazo o un beso tienen el poder de romper los moldes de la discriminación.

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