Opinión

Agarrar

UN DETALLE cotidiano acabó siendo algo extraordinario. «Agarrar el bus», tal y como expresan en Centroamérica, no es otra cosa que poner los dos pies en un medio de transporte tan público como un autobús. En aquella ocasión, la atracción era un pasajero extranjero ocupando un asiento donde habitualmente se acomodan entre dos y tres personas. Siempre, depende del grosor de las posaderas. Las miradas de extrañeza no cesaban. No es muy habitual que un europeo pague unos 25 centavos de dólar para moverse entre dos localidades del departamento de San Vicente (El Salvador). Lo normal es lo que haga en otro medio menos popular y más seguro: la amenaza de las Maras MS y 18 también suele extenderse a viajeros, cobrador y motorista (conductor). Todo depende de si el pago a las pandillas, por pasar por su territorio, ha tenido lugar el día fijado. En caso contrario el asalto está asegurado. A bordo, la máxima expresión de lo exótico inundaba cada rincón. Colores enfrentados, abalorios enemistados y frases cargadas de fe (no exentas de ironía) decoraban aquel tubo de hierro de cuatro ruedas. El volumen de la música limitaba cualquier intento de mantener una conversación fluida. El género era indiscutible: sonidos tropicales de principio a fin. Aquel recorrido se hizo corto. La parada imaginaría llegó antes de lo esperado. Aunque, pronto, volveríamos ‘agarrar’ otro.

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