Opinión

Desprecio

LOS MENSAJES de condena se suceden ante imágenes y sonidos que despiertan la más absoluta consternación. Niños y niñas, sin consuelo posible, llorando y rogando con un pequeño hilo, que todavía le concede su tierna garganta, un poco de clemencia al agente de Patrulla Fronteriza, quien sin cambiar el tono de voz les exige saber el país de procedencia: "Del Salvador", dice el primer crío. "De Guatemala", expresa el segundo entre sollozos. Se trata de siete minutos de grabación que destapan un ultraje a los más básicos fundamentos de los Derechos de la Infancia. Al mismo tiempo se entrecruzaban fotografías que hostigaban hasta lo más profundo de los sentimientos: pequeños y pequeñas enjaulados y encerrados en espacios de privación de libertad, que recuerdan a Guantánamo, tras haber sido separados de sus padres.

La incredulidad es máxima. El dolor va invadiendo el corazón y paralizando el raciocinio. Nadie quiere dar por cierto algo que es tan real como que los hijos de Centroamérica, después de resistir ante las consecuencias de la pobreza y la violencia, se enfrentan a infames decisiones del mundo de los adultos. el proceso de separación se produce sin un protocolo. Sin seguir una terapia para minimizar el trauma que supone, para un niño o niña, perder a sus principales referentes. Se trata de una estrategia que persigue desmantelar a familias enteras y fracturar los proyectos de vida por el mero hecho de tomar la decisión de migrar, buscando una nueva oportunidad lejos de casa.

A la despiadada política de tolerancia cero a la inmigración de Donald Trump ya solo le faltaba destetar a los bebés del pecho de  su madre, según llegaban a una de las fronteras que distancian a Estados Unidos de México y del resto de Latinoamérica. El hecho ha dado varias vueltas al mundo. Y ha recorrido los dos hemisferios. De norte a sur.

En su defensa, el responsable culpaba a las maras salvadoreñas y al anterior gobierno de sus decisiones para intentar rebajar la presión internacional. Un planteamiento que, afortunadamente, no ha funcionado ni dentro ni fuera de su país: críticas, denuncias y condenas contra una de las principales potencias del planeta se han venido sucediendo sin descanso. Una constante que dobló el brazo del presidente americano sobre la mesa en la que pretendía ganar un pulso a la comunidad internacional y a quienes detestan su política en materia de derechos humanos.

El peso de sus absurdas e incompresibles decisiones ha sumado tantas libras que el laberinto solo tenía una salida: firmar un decreto urgente para exigir que los niños y niñas inmigrantes, sin regularizar sus papeles, no sean separados de sus padres en territorio estadounidense. Y así fue. el documento se hizo oficial. Como cabía esperar, ahora, flota el escepticismo en el ambiente. Y queda el temor de si se trata de un cambio político efectivo o de una nueva treta para despistar a esa multitud que le mira con sumo desprecio. ¡Tiempo al tiempo!

Comentarios