Opinión

Estereotipos

PERSEGUÍAMOS UNA recóndita localidad del rural hondureño. Para llegar tuvimos que invertir un poco paciencia y otro poco de fortaleza física para soportar las arrugas del camino. El asfalto se había terminado decenas de kilómetros atrás. El presupuesto dedicado a aquella infraestructura, al parecer, había tenido un importante percance con la corrupción: una de las enfermedades más extendidas por Latinoamérica y España. El principal fin era conocer el funcionamiento de una modesta radio que emitía ondas cargadas de defensa étnica. Donde solo se buscaba promocionar la existencia de los Lencas, proteger una cultura indígena de la amenaza de extinguirse y defender a un pueblo con una larga historia, identidad y lengua propia de las continuas agresiones políticas. Días antes, la ignorancia nos jugaría una mala pasada: cuando nos propusieron visitar ese proyecto, uno imaginó que, al llegar, se encontraría a personas de piel negra atrincheradas en un lugar llamado Morazán, fronterizo con El Salvador. Aquellos presagios nunca se cumplieron. Una estrecha escalera, no apta para claustrofóbicos, ascendía al humilde estudio dónde las reducidas dimensiones iban a juego. Allí nos esperaba una multitud. Ninguno era de tez oscura. La hospitalidad invadió el ambiente y acabó por desmontar, definitivamente, cada uno de los absurdos estereotipos preconcebidos con los accedimos a aquel lugar sobrecargado de ilusión.

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