Opinión

Feliz Navidad

DE TENER un enjambre de amigos, a su alrededor, a deambular, en solitario, por las calles de una gran ciudad. De acostarse en una confortable cama, donde lo más parecido al frío era un pijama de invierno recién puesto, a despertarse rodeado de cartones y de algunas bolsas con humildes pertenencias en su interior. En su gran mayoría fruto de esa solidaridad que dona sin poner cara a quien recibe. De aquel que entrega a un anónimo beneficiario atrapado en la dictadura de la pobreza desconociendo su nombre, su historia o su realidad. Si algo ha logrado la actual crisis económica es catapultar, de una orilla a otra del río de la vida, a personas que saborearon la dulce miel de la opulencia hasta el cautiverio de la indigencia. Sumergidos en las profundidades de la exclusión social. En medio de un océano de miseria donde resulta imposible hacer pie. Cada año, al pasar por debajo de un iluminado pórtico llamado Navidad, se enciende la bombilla altruista que llevamos en nuestro interior. Y no se sabe muy por qué, de repente, crece la sensibilidad por los problemas ajenos, vestimos a la conciencia con las mejores galas y seguimos las huellas de la generosidad antes de conquistar el mes de enero. Entonces, llega el momento de apagar luces, guardar la ropa elegante y volver a caer en el precipicio de la desidia solidaria hasta el año que viene. ¡Feliz Navidad!

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