Opinión

Gánsters

UNOS CUANTOS ladrillos, bañados en cemento, levantan una de las tantas casas convertidas en los únicos fortines posibles para conservar la vida. En el complejo de Maré (Río de Janeiro), la pobreza y la violencia decretan, cada mañana, un particular estado de sitio. Todo el mundo mide sus pasos al máximo. De tal manera que los niños suman días y días encerrados con la familia: el paseo de  balas puede comenzar en cualquier momento. Samira y Sair son dos mellizos de once años. Comparten su vida con mamá y dos hermanos pequeños. En las callejuelas de la favela se perdieron las constantes vitales de papá. Corrió mucho pero, aquel fatídico día, no fue suficiente y el destino ofreció la cara más cruel. Por desgracia, ocurre con excesiva frecuencia. Los dos pequeños lamentan vivir así. Confiesan la tristeza de verse secuestrados en la vivienda donde pasan el tiempo subiendo o bajando las escaleras porque la calle está repleta de “gánsters”. De esos que fuman marihuana y consumen cocaína o crack. De esos que empuñan armas. De esos que, con sus enfrentamientos pandilleros, obligan a suspender tres días las clases del colegio. De esos que disparan a inocentes y desoyen los sollozos de la infancia. Una tarde, Sair jugaba con su hermana Samira y su perrita ‘Princesa’. Mientras lo hacía, soltó: “este sitio es muy lindo. Solo hay que sacar a estos criminales de aquí”. Ambos suspiran por otro futuro. Y, para ello, tienen claro que no se debe confiar en los mayores. ¡Gran avance!

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