Opinión

¡Habrá más Aquarius!

 

LAS MILLAS náuticas no han sido pocas. El barco de rescate Aquarius, con 627 personas a bordo, se ha visto en la obligación de navegar durante días sin rumbo. Unas horas hacia el norte y otras hacia el sur a la espera de una autorización que nunca llegaría. En medio del Mediterráneo Central, en medio de un mar que, a estas alturas, ya tiene más de cementerio de que de mar. En uno de esos temidos escenarios en los que la muerte se impone con mayor frecuencia que la vida. El desconcierto y el desamparo han sido mayúsculos. Desde luego, la situación es inédita. No había antecedentes de algo así: un país de Europa expresaba explícitamente su negativa a prestar ayuda humanitaria a un importante número de seres humanos, en nombre de la lucha contra las redes de tráfico de personas y recurriendo a un discurso pringado de xenofobia. Mientras, los miembros de las ONGs de rescate volvieron a soportar una absurda acusación por salvar vidas. Son calificados de delincuentes por salvar vidas que se encuentran al borde de un naufragio letal tras intentar huir de la violencia y la hostilidad de Libia. A bordo: niños y niñas no acompañados, mujeres embarazadas o jóvenes buscan desesperados rencontrarse con una leve oportunidad para seguir adelante. Para ello, previamente, se enrolarían en una neumática desafiando a una endiablada travesía que, por norma, suele complicarse con demasiada asiduidad. Aunque, en esta ocasión, afortunadamente, las cosas no acabarían tan mal gracias a la sucesión de rescates del Aquarius que lograría solventar la comprometida situación de varias pateras a punto de hundirse. Y cuando la proa del barco, fletado por SOS Mediterraneé y MSF, apuntaba hacia algún punto de Italia o Malta el puente de mando recibiría "no hay autorización" para poder atracar. Una situación motivada por el ministro del Interior, Matteo Salvini, al negar la entrada de la embarcación en cualquiera de los denominados puerto seguro disponibles. Una decisión que vulneraría las leyes y acuerdos internacionales; algo que, de momento, carece de consecuencias en Bruselas por una evidente omisión de socorro suplida por un rechazo y una discriminación sin límites. En ese escenario de aguas turbulentas se cruzaba un inesperado ofrecimiento del gobierno España, prestando y preparando los amarres del puerto de Valencia para garantizar el buen destino de todo el pasaje. Entretanto comenzaron a retumbar voces y posiciones políticas cuestionando una medida que fue considerada de peligrosa por el mensaje enviado al exterior. Para algunas visiones desenfocadas, este hecho podría derivar en un incremento de la presión migratoria sobre las fronteras y las costas españolas. Pues, da la sensación que para una gran mayoría resulta más satisfactorio vivir en un país que genere una especie de efecto llamada que colgarle, de forma abrupta, el teléfono a los derechos humanos. ¡Habrá más Aquarius para comprobarlo!

 

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