Opinión

Invisibilidad

La fotografía de Óscar y Valeria, padre e hija, yaciendo sin vida en una de las orillas del cauce fluvial que se separa dos países como México y Estados Unidos, tiene un elevado significado sobre lo que supone poner los pies en un lugar y no en otro

RÍO BRAVO SE HA convertido en el necrológico escenario para la historia de una joven familia salvadoreña. Sus raíces se hundían en el municipio de Apopa, un lugar donde la violencia de las pandillas es incesante. Y donde la falta de oportunidades asfixia a base de pobreza a un importante número de personas. Nadie está a salvo de tal amenaza. Y ahí reside su desesperada decisión de escapar a lugares sumergidos en la incertidumbre. Su desgraciada situación, ahogándose en el intento de cruzar como ‘mojados’ de una realidad a otra, no ha hecho otra cosa que presentar al mundo como padecen miles de familias centroamericanas. Obligadas a emigrar, a cruzar los dedos y a rezar de día y de noche para que los suyos no sufran consecuencias indeseadas.

La fotografía de Óscar y Valeria, padre e hija, yaciendo sin vida en una de las orillas del cauce fluvial que se separa dos países como México y Estados Unidos, tiene un elevado significado sobre lo que supone poner los pies en un lugar y no en otro. De lo arriesgada que resulta una travesía que traspasa diferentes países y que, al llegar a la frontera con Guatemala, solía completarse a lomos del tren La Bestia. Un sistema que ahora ha variado porque se concentra en unas caravanas que siempre existieron aunque permanecieron en ostracismo hasta que el presidente Donald Trump decidió introducirlas en la agenda política con improperios, ofensas y descalificaciones. Una fórmula que ha cambiado la forma de realizar el viaje porque (se supone) es más seguro hacerlo por este segundo método.

La imagen ha girado como una noria por los medios de comunicación y redes sociales, encogiendo en el corazón a quienes con cierta empatía han comprendido que las cosas no van bien. Pero, no funcionan desde hace varios años. En especial desde que se utilizan las fronteras como muros de contención de seres humanos que persiguen una nueva oportunidad de vida. Como frontones para frenar la rutas de migrantes que hacen uso de este legítimo derecho con el objetivo de perseguir nuevas opciones de vida, mejores que las actuales.

La indignación global ha recordado o, más bien, reavivado otro drama como el del pequeño Alan Kurdi, el bebé sirio que aparecía, sin vida, en una playa de Grecia. En aquella ocasión su familia huía de la guerra en su país. Entonces, el mundo entero se estremeció a la misma velocidad que olvidó que allí siguen falleciendo niños y niñas a diario. Y, después de varios años, el conflicto bélico no se ha detenido. Nadie ha parado la infamia. Un curioso paralelismo con quienes residen en la región centroamericana: personas amenazadas por violencia de las ‘maras’, desamparadas por gobiernos estériles ante los problemas sociales o golpeados por la pobreza ponen rumbo al norte persiguiendo una sombra que, en no pocas ocasiones, termina en desgracia. Sin embargo, dicen que las desgracias no vienen solas. Sobre todo si existen cargos públicos que apuestan por políticas con un efecto multiplicador. De hecho, a esta hora, muchas familias siguen perdiendo a los suyos mientras lloran en el silencio, en la oscuridad, en la invisibilidad.

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