Opinión

Karla

RESISTIR FUE la única clave para soportar una tortura inimaginable. Logró aguantar, sobre su menudo cuerpo de adolescente, a 43.200 hombres agrediendo a su inocencia. Abusando de una mujer en construcción que se vio forzada a hacerse mayor. A jugar en los cuartos oscuros y perversos de la vida. El rapto de Karla Jacinto se produjo a los doce años de edad. Fue trasladada a la ciudad de Guadalajara (México). Su propio novio se encargó de ponerle el cartel de “'se vende'” en el mercado de la prostitución. No tuvo escapatoria: las puertas de la libertad individual quedaron selladas por varios años. Secuestrada por una red de trata de blancas acabó por renunciar a la dignidad. Se convirtió en una esclava sexual, trabajando, sin descanso, los siete días de la semana. Llegó a satisfacer a veinte depravados por día. Completó jornadas que iban de diez de la mañana hasta la media noche. A ese ritmo, el embarazo solo sería cuestión de tiempo. Y así fue. Todo empeoró: los proxenetas amenazaban la vida del bebé para obtener una mayor sumisión a cambio. Aquel infierno abrasaba las entrañas cuando los clientes se reían al verla llorar de rabia, de impotencia, de tristeza. La espiral era interminable. Tras cuatro años, Karla acabó conociendo el infinito. Pero, una mañana, un milagro llamado redada rompió el candado del cautiverio en México D.F. Aquel hecho puso punto y final a una infamia que, a esta hora, vuelve a reproducirse en algún recoveco del mundo.

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