Opinión

La inocencia por delante

COHABITAR EN medio de una jauría de violadores tiene que ser un hecho extraordinario; desde luego, inolvidable para una gran mayoría. Vivir en directo el execrable comportamiento de un grupo de depredadores sexuales es imposible que pase inadvertido, sobre todo para la mujer a la que, desgraciadamente, han convertido en víctima. A la que han arruinado la vida al no entender el nítido significado de un NO.

La denominada manada siempre ha considerado que su entorno puede adaptarse a sus caprichos, a sus obsesiones más obscenas, a sus perversiones más depravadas. Tiene la creencia de residir en un lugar donde las personas y las cosas se usan y se tiran sin que imperen algunos valores fundamentales como el respeto a la libertad, a la dignidad o al intimidad del otro u otra persona.

Ellos lo han tenido claro desde el mismo instante que se bajaron la bragueta del pantalón para agredir sexualmente a una joven, de 18 años de edad, que se refugia en el anonimato para no prolongar el irreparable daño de las heridas producidas el 7 de julio de 2015. Ese día cinco cavernícolas decidieron regresar al pasado más prehistórico durante la celebración de las fiestas de San Fermines, en Pamplona. Eligieron una presa para violarla por el sistema de turnos rotatorios en un portal.

Aquellos lamentables hechos quedaron grabados por la cámara de un móvil con el fin de presumir en las ruidosas redes sociales de un delito. Sin embargo, inmortalizar la hazaña resultaba muy excitante. Demostrar a todo el rebaño que traspasar todas las líneas rojas de la Ley sale gratis. Horas después de aquello fueron detenidos al ser denunciados y puestos a disposición judicial. Ya era tarde para evitar tal monstruosidad. Entonces, la víctima decidió comenzar a pasear por la normalidad con el deseo de intentar superar lo que parece insuperable: una violación múltiple.

Mientras, uno de los abogados de la defensa de los neolíticos seres que componen la conocida manada contrató los servicios de un detective privado para investigar a la agredida y conocer si cada mañana, tarde o noche se retorcía de tristeza y desazón por las calles Madrid. Si lloraba o reía. Si salía sola o acompañada.

Unas pruebas que fueron presentadas y admitidas por el mismo juez que rechazó la relación de mensajes que intercambiaron en un grupo de whats app al mismo tiempo que se producía la agresión sexual. Una decisión difícil de comprender y marcada por el inconfundible sello de una justicia dominada por el patriarcado, por el machismo y por la involución. Un sistema que cae en el error de juzgar a la denunciante y no a los denunciados en la misma proporción. Una realidad que vuelve a despeñarse por el precipicio del maltrato a los Derechos Humanos. Sobre todo si trata de una mujer agredida. La inocencia, por delante.

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