Opinión

Latifa

DEJAMOS ATRÁS la primavera más electoral de las últimas décadas en España. La agenda de compromisos para políticos y ciudadanos ha sido muy intensa. Por un lado, debido a la celebración de unas generales para designar a un presidente, un gobierno y una nueva composición del congreso de los diputados. Y, por otro, cuatro semanas después nos hemos enfrentado a la elección de alcaldes, corporaciones locales y provinciales y, en algunos casos como Madrid, la comunidad autónoma también se incluía en la convocatoria con las urnas. En este último proceso conviene detener la atención.

En especial, en la jornada de votaciones, el pasado 26 de mayo, en un lugar como Ceuta. Una de las mesas de la ciudad autónoma estuvo presidida por Latifa Dailal, una mujer de creencias musulmanas, quién realizó su labor tapada con un niqab. Ella asegura que lo hace por decisión personal y no por una imposición. Reitera que no se siente oprimida, sometida o sumisa a una determinada doctrina, tal y como quieren hacer creer algunos.

Al parecer, la presencia de una persona en estas condiciones acabó levantando una tóxica polvareda política y mediática. A mi entender, desproporcionada.

El propio día de autos el interventor de la formación de ultraderecha VOX, en esa zona, mostraba un elevado malestar por una supuesta ‘situación extraordinaria’. Hasta tal punto, que sería el propio presidente nacional de la formación Santiago Abascal quien utilizaría Twitter para censurar el hecho y reprochar a la Junta Electoral que hubiese autorizado algo así. Al parecer, Latifa también fue objeto de críticas de algunos de los electores que debían ejercer su derecho a voto en ese colegio (Cabe aclarar que la presidenta de mesa se identificó ante la vicepresidenta, en horas previas a la apertura del centro de votación para cumplir con legalmente establecido).

Desde luego, resulta muy paradójico que partidos políticos, que han metido los dos pies en gobiernos de comunidades como Andalucía o lograsen irrumpir en la cámara baja con 24 diputados a través de la vía democrática, ahora cuestionen el procedimiento. Y lo hagan porque la estética, el vestuario o las creencias de una persona no responda a los cánones de lo supuestamente convencional. Aún así, la Constitución es muy clara sobre esta clase de escenarios: la universalidad, el respeto, la tolerancia o pluralidad deben estar presentes, por encima de cualquier otro criterio.

Así, hacer una protesta pública sobre un marco jurídico que te concede la posibilidad política de representar a quienes piensan, viven y hablan de una determinada manera es, cuando menos, un alarde de cinismo y el principio básico del totalitarismo. Se trata de una manida fórmula para imponer la denominada popularmente ‘Ley del Embudo’: “La parte más estrecha para tí y la más grande para mi”.

Y en esa inaceptable contradicción se acomodan, sin rubor, los partidos de derechas más radicales en la península. Aquellos que buscan las instituciones para rebajar los derechos ciudadanos a cotas asfixiantes. Una previsible actitud que también ha derivado en una investigación de la vida de Latifa que, como la de otras muchas personas, alberga ratos de luces y ratos de sombras. Medios de comunicación que han revisado su pasado, profundizando en sus acertadas y desacertadas decisiones como adolescente. En matrimonios pasados o en sus tentaciones de emigrar a Siria o Irak.

Una cadena de hechos que hunde sus raíces en una única causa: una mujer ataviada con niqab preside una mesa electoral. Eso es todo. Y a eso debería limitarse todo. Pero, no ha sido así porque la realidad, lamentablemente, todavía está muy lejos de la normalizar reacciones y comportamientos que mantiene la costumbre de zambullirse en las turbulentas aguas de la xenofobia, el racismo y la discriminación.

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