Opinión

Medio siglo

HAN SIDO cinco décadas viviendo bajo una tortura colectiva, difícil de recrear, con la amenaza del secuestro paseándose (a diario) por la puerta de casa de los colombianos. Se han convertido en cincuenta años en los que la trascendencia del histórico conflicto, entre el gobierno y las FARC, ha obviado de forma crónica el impacto humano, con miles de personas desplazadas y otras tantas secuestradas en campos de cautiverio. La ‘broma’ computa en su haber ocho millones de víctimas y un sufrimiento silencioso indescriptible. Tres generaciones: abuelos, hijos y nietos aprendieron a sobrevivir en una guerra perfectamente ilustrada por el narcotráfico. En medio de un beligerante sistema que logró hacer prisionero a todo Estado a través de redes de corrupción y extorsión basadas, principalmente en la droga y el dinero negro. De puertas a dentro, en mitad del silencio de la noche, Colombia ha llorado muchas veces de impotencia. Ha gritado de desesperación ante una realidad implacable que nadie era capaz de detener hasta la fecha. Estos días, el presidente Juan Manuel Santos le dice a su gente, y de paso al mundo entero, que “prefiere un acuerdo imperfecto que salve vidas, a una guerra perfecta”. Y no le falta razón. Medio siglo persiguiendo la sombra de la paz es un argumento indiscutible. Aunque, esperemos que no sean precisos los mismos años para que las heridas supuren, cicatricen y desaparezcan de la dermis de un país dolorido por el pasado e ilusionado por el presente.

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